Hoy me toca ejercer de paparazzo, es decir, de contarles el chisme del que soy poseedor. ¿De cuál se trata? Pónganse en situación. Pasado fin de semana. Café del mejor hotel de Bucarest, Rumanía. Mármoles nobles en los muros. Espectacular bodega. Decoraciones ricas y lujosas. Un servidor tomando un Martini mientras lee un libro de historia sobre la Conquista de América. De pronto, levanto la vista. Miro frente a mí. Y veo sentado a la mesa que hay a poco más de cinco metros de distancia a un expresidente colombiano que gobernó a sus compatriotas en la década de los noventa. Su mujer al lado. Otra hermosa señora de cabellos rubios junto a ellos. Los tres en alegre charla.
No les diré de quién se trataba, pero créanme que le miré y le miré y le miré y dejé de mirarle por miedo a que algún guardaespaldas agazapado me mirara a mí y la cosa se volviera confusa. Era él. No les quepa duda. Él y su mujer. Él, su mujer y la otra señora de cabellos pintados. ¿Qué relevancia tiene esta historia? Ninguna. Ninguna en absoluto más allá de confirmar la extraña habilidad que tengo para coincidir con expresidentes colombianos en las más anómalas circunstancias: una vez hice un viaje en avión de Medellín a Montería completamente a solas con el expresidente Uribe, él detrás, yo delante, sin hablar en todo el vuelo, y siendo mi único pensamiento “por Dios, que no le lancen un misil al tipo este justo hoy, imaginen el titular: Matan a Uribe y a un español extraño que nadie sabe qué hacía allí”.
Pensé en acercarme a pedirle una foto. Esas cosas en Instagram tienen mucho éxito. Pero de inmediato reflexioné si hacerse una foto con el personaje en cuestión era algo que realmente quisiera y me conviniera. Hay fotos y fotos. Y algunas fotos en el mismo momento en que las haces sabes que no deberías haberlas hecho nunca. Quedar retratado para la posteridad con personas no del todo amadas por el conjunto de la población puede resultar contraproducente. Cierto que yo, como observador ocioso y extranjero, no me implico en los sentimientos locales, pero uno nunca sabe. Así que no le pedí la foto.
¿Me parece bien que un exservidor público estuviera en un lugar en el que un café costaba más de 22 mil pesos? Bueno, yo también estaba. Cierto que invitado por amigos ricos. Pero estaba. Y cada cual hace con su dinero lo que quiere. Los españoles extraños y los expresidentes de Colombia. Nada más. Eso era todo. Un chisme. Ya les dije.