<img src="https://sb.scorecardresearch.com/p?c1=2&amp;c2=31822668&amp;cv=2.0&amp;cj=1">

Un mundo sin límites

El pensamiento moderno (Descartes y Kant) dio origen a la primera revolución individualista, una revuelta que liberó al individuo del régimen monárquico y absolutista, pero que también lo sumergió en un orden disciplinario y patriarcal (simbolizado por el hombre blanco europeo), que al amparo de reglas (morales, legales) racionales y universales e instituciones políticas (jueces, policías, etc.) y sociales (familia, escuelas, etc.) fomentó el espíritu de abnegación y sumisión, y el autodominio sobre las pulsiones y pasiones. Gracias a esta primera revolución, fue posible tanto el liberalismo económico (Smith, Ricardo), como el capitalismo industrial.

En la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, se produjo una segunda revolución individualista, que suscita un fuerte proceso de repersonalización en adultos, jóvenes y niños/as -a quienes se les otorga el derecho a ser y construir íntegramente su modo de vida y de existir- y origina un nuevo orden posdisciplinario y antipatriarcal, que incita a hombres y mujeres a romper los patrones sociales dominante y a demoler todos los límites, tal y como lo idealizó el mayo francés del 68 y lo defendieron pensadores como Foucault, Deleuze, Barthes y Althusser, quienes proclamaron “el derecho no a la felicidad, sino al goce sin límites”. Paradójicamente, esta segunda revolución no fue causa, sino consecuencia de la mutación del capitalismo en neoliberalismo (capitalismo tardío, posindustrial, cognitivista o posfordismo) y de su modelo cultural (posmodernidad) que estimula la búsqueda infinita de placer y diferencias, y promueve la existencia de individuos consumistas y hedonistas. Pasamos del capitalismo autoritario y “edípico”, que privilegió la razón sobre las pulsiones, al capitalismo hedonista y “narcisista”, que potencializa el deseo y el goce sobre la razón.

Baudrillard ha caracterizado el estado actual de las cosas, como “el momento después de la orgía”, de la emancipación total y de la utopía realizada. Hemos pasado -señala- de la producción a la sobreproducción de objetos, información, ideologías e, incluso, de placeres, porque hoy todo está liberado (sexualidad, géneros, pulsiones y hasta de las fuerzas más destructivas la cultura), por eso- concluye- solo nos queda continuar simulando la liberación y aparentar que seguimos acelerando, aunque en verdad solo “aceleremos en el vacío”, reproduciendo ideales, imágenes y sueños que van quedando atrás.

Hoy, la esperanza en los ideales revolucionarios se diluye, las antiguas preocupaciones metafísicas, económicas o ideológicas se banalizan y el tiempo histórico o futuro se desvanece. No hay antes ni después, ni inicio ni final; ya nada parece comenzar ni terminar. Lo único importante es el presente: vivir aquí y ahora, sin complejos, sin ideal y sin objetivo trascendente; ese parece ser el imperativo moral y estético del individuo posmoderno.

Más noticias