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Turismo caliente

El alcalde Dau debe atender de manera simultánea asuntos de urgencia que hacen parte del cúmulo de problemas que afronta la ciudad y sus habitantes, agudizados varios en el vergonzante periodo de mandatarios encargados o elegidos de forma atípica en los últimos siete años. Abordaré uno en particular: el turismo.

Cartagena es, desde hace décadas, el destino preferido de los colombianos y cada día más extranjeros la visitan y disfrutan con inocultable alegría y satisfacción. No es para menos, ella les brinda oportunidad de conocer una ciudad incomparable, dueña de un Centro Histórico bien conservado -a pesar de los muchos disparates que se han cometido en él-, una historia fascinante, mar tibio, gastronomía local e internacional de calidad, hotelería de alto nivel, conectividad aérea en crecimiento, puerto de cruceros, islas paradisíacas, centros de eventos y convenciones confortables, festivales internacionales de arte y literatura, cultura popular que, mejor entendida y apoyada, podría generar muchos más beneficios sociales y económicos.

Sin embargo, se enfrentan retos de cuidado. Comenzando por una creciente competencia interna que muestra a otras ciudades y zonas con atractivos igualmente interesantes, aunque diferentes, que se han venido preparando para participar en la actividad turística. Invierten en infraestructura, ofrecen excelentes servicios, profesionalizan su talento humano, participan en ferias y eventos nacionales e internacionales, mantienen precios muy competitivos, respetan y distinguen al visitante. La competencia externa es caso aparte.

En Cartagena fallamos en varios asuntos: la informalidad y el desorden están en todas partes y son la norma, el abuso con los precios de productos y servicios es pan de cada día en el Centro Histórico, la zona insular y las playas –tener una playa azul no basta–; la falta de autoridad ha permitido la prostitución a la vista de todos, que paraísos como Playa Blanca y Cholón se conviertan en tierra de nadie donde las lanchas y motos marinas andan sin control causando accidentes, heridos y muertos, mientras ‘empresarios’ avivatos locales, nacionales y extranjeros hacen de las suyas. Todo eso para el turista es inseguridad en el destino. Corpoturismo no tiene dientes para controlar ni sancionar. Sin autoridad cierta y transparente, estamos perdidos. El 2 de noviembre pasado escribí una columna titulada ‘Ojo al turismo alcalde Dau’, en la que recomendaba la creación de la Secretaría de Turismo, con autonomía presupuestal y autoridad suficiente para meter en cintura tanto desmadre –falta de moderación y orden en el comportamiento–. No sé si la leyó, pero insisto: Ojo al turismo alcalde, genera empleo, divisas, crecimiento económico y desarrollo. Mal manejado es más problema que bienestar.

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