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Soltemos la reversa

Aquel día, lunes empezando semana, me subí a un bus de Transcaribe en la estación del Mall Plaza. Era de noche, después de 7:50 para ser más exactos.

Durante el trayecto sentí que me regresé en el tiempo. Una vez que puse el pie izquierdo en el vehículo, el bajo estruendoso de una canción estremeció mis oídos. Lea aquí: Eso solo pasa en Cartagena

Sentados viajaban dos señores de unos cuarenta y pico o más. El uno llevaba bajo el brazo una botella de whisky, de esa misma a la que un cantante vallenato llama “perro con perro”; el otro, su compañero tomador, cargaba en sus piernas un bafle portátil del largo de sus muslos y casi del ancho de su espalda, que reproducía la música de una memoria USB.

Yo, de pie, no entendía lo que pasaba. Tanta era la bulla que la pareja de novios que estaba detrás de ellos no cruzaban palabras. “¿Será que les pido el favor que apaguen ese aparato?”, me pregunté mentalmente. Pero si el conductor ni nadie más de los que vienen con ellos desde el Centro les había llamado la atención, era por algo. Están borrachos, y aquí quieren evitar un problema, me imaginé. ¿De verdad tenemos que aguantarnos a estos señores?, esto sí lo dije en voz alta para ver si el pasajero que estaba a mi lado y más cerca de ellos, me apoyaba.

Hubo un silencio breve, muy breve porque inmediatamente sonó otra canción. Era una salsa de las que me gustan, pero que a esa hora y en el bus de regreso a casa después de una jornada intensa de trabajo, no quería escuchar. Sorpresa la mía cuando el pasajero de al lado, el mismo de quien esperaba el apoyo, les grita: “Repítela, esa es buena”. Lea aquí: Cartagena paciente

Deseo concedido; además, créanme, le ofrecieron un trago. “Si no estuviera tomando pastillas, me lo pego”, les dijo mostrándoles el pulgar en señal de “todo bien, pero paso”.

Decidí no seguir en la verbena ambulante y literalmente... me bajé del bus. En la próxima estación me tocó esperar por más de media hora hasta que pasara la ruta que me servía.

Vaya sorpresa, en el nuevo vehículo había silla disponible, viajaría cómodo y sin ruido. De repente alguien pone sobre mis piernas varios artículos, era un vendedor. Mientras decía en voz alta la promoción que llevaba, otro señor se levantaba el suéter y mostraba una gigantesca cicatriz que marcaba su barriga; pedía plata, decía, para poder pagar por una cirugía. Lea aquí: No les demos un peso

Por un momento cerré los ojos, no sé si estaba soñando despierto o qué, pero como dije antes, regresé en el tiempo. Me sentí en una de esas busetas ruidosas en las que el conductor ponía la música a todo volumen y luego se subían varios vendedores, predicadores, etc. Solo faltaba que apareciera un sparring gritando, como arreando ganado: córranse hacía atrás, que atrás hay espacio. Lea aquí: Cartagena en un bus

Desperté. Llegué a la estación de destino y me dije: este es solo un ejemplo de cómo la ciudad, por años, no ha pisado el acelerador. No es que esté frenada (siquiera) sino que además tenemos el pie presionando la reversa.

Es hora de meterle el cambio correcto. Lea aquí: ¿Cuándo?

*Periodista. Magíster en Comunicación. Twitter: @javieramoz

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