Viendo la transmisión de El Universal y de otros medios que cubrían la protesta que se desarrolló en el Camellón de los Mártires, el 26 de septiembre en Cartagena, contra las reformas propuestas por el presidente Gustavo Petro, leía los comentarios, de jóvenes en su gran mayoría, con burlas y epítetos tales como, “bajen a esos señores de la tarima que les va a dar algo”, “miren a la juventud protestando”, “viejos brutos”, “eso parece la fila para cobrar la tercera edad”, “estos medios hay que blokearlos (sic)”, “puro vejestorio de museo”, “a las 12 se van, los blanquitos no se asolean”, “viejos comprados por refrigerios y paraguas”, “puro viejo prostático”, “no saben ni donde están parados”, al igual que afirmaciones en el sentido de que esas personas no conocían la reforma, que solo afectaba a los ricos.
Parafraseaban al alcalde, “nadie le copia a esos pelagatos”, deslegitimando la protesta. Imagino un foro para discutir la reforma entre esos “viejos” que han vivido muchos cambios y los eruditos que escribieron esas joyas llenas de escatología.
Esos nuevos gurúes de la política y la economía, desconocen que los mismos congresistas ponentes de la reforma tributaria han encontrado propuestas que afectan al pueblo, que el ministro Ocampo, otro prostático por cierto, ha aceptado cambios y aún discute otros.
Pues esos ancianos a quienes yo respeto y que seguramente para los iluminados, soy uno de ellos, han construido este país, con esfuerzo, con trabajo constante honesto, y no quieren perderlo. Lo que hay no es producto de la inercia de las circunstancias. Hay que reformar y redireccionar, sí, pero los “desechables” tienen una historia de vida que merece consideración y aprender de ella, porque tienen la valiosa experiencia.
Soberbia es menospreciarlos e intolerancia es discriminarlos y no comprender sus preocupaciones. “El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona”, dijo Aristóteles. Los fósiles se han expresado, sin desórdenes. El daño está hecho, la sociedad se mantiene dividida, en gran parte por los discursos de odio, de lucha de clases, esos sí obsoletos, anacrónicos.
Pareciera que la mocedad será eterna para los infalibles, que van a estar exentos de la menopausia y de problemas prostáticos, como si eso fuese una falla mental. La transformación cultural es necesaria para que entiendan que el éxito de los países desarrollados es el respeto. Hay que aprender humildad, que no es lo mismo que sometimiento o conformismo y a ser compasivos y empáticos, para aceptar que somos diferentes, que hay derechos y también deberes. Hay que educar para pensar de manera crítica y tener la mente abierta para que se mantenga joven porque el que se cierra descartando el pensamiento de otro sin por lo menos entenderlo, es ancianidad, pero sin facultades mentales.
*Abogado y ejecutivo empresarial