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Réquiem por un templo

Escribo estas líneas cuando se anuncia la demolición del templo de Bocagrande, consagrado a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. No critico la idea de construir un nuevo templo. Acepto la razón dada en el folleto promocional, donde se dice “…que su capacidad es insuficiente para el número de feligreses que en la actualidad frecuenta la iglesia”, aunque con ese argumento hubiera desaparecido la de Santo Toribio. Sólo dejo un testimonio de la demolición de un templo que, por ser parte de la historia del barrio, es patrimonio común de sus habitantes.

La iglesia de Bocagrande fue un sobrio ejemplar de la arquitectura del Movimiento Moderno desarrollado en Colombia desde de los años treinta, del cual Bocagrande fue un escenario excepcional, hasta que irrumpió arrolladora la especulación de la tierra y, con ella las enormes torres de apartamentos cada vez más altas. Los planos fueron hechos en 1948 por José María González Concha y exhibidos en la vitrina de los Almacenes Mogollón. Fue construida por la firma Zeizel y Martelo en terrenos donados por la Andian. La interventoría, ad honorem, estuvo a cargo de Ignacio Benedetti Marrugo. La obra fue terminada en 1958.

El templo fue transformándose, perdiendo algunas de sus características iniciales por unas reformas que lo convirtieron en una colcha de retazos. A su torre le encasquetaron un chapitel de cuatro vértices, cuyo pico se convierte en una cruz, y las celosías sencillas de sus ventanales altos se reemplazaron por unos calados de “estilo” que le dieron un aspecto de iglesia de pueblo costeño. A pesar de todo, con algunas obras de liberación, cambio de cubierta que armonizara con el parque y una ampliación sobre el lado este, hubiéramos podido tener Iglesia para rato.

Vale la pena recordar los nombres de algunas de las personas que contribuyeron a materializar el sueño de construir la iglesia: el presbítero Camilo Villegas Ángel, las señoras Emma Villa de Escallón, Avelina de Martelo, María Visbal de Villarreal, María Porto de Pupo, Adela de Yabrudy, Hortensia Gedeón y los señores, Cap. Rubén Piedrahíta Arango y Guillermo Piñeres T.

No deben olvidarse las penurias económicas que afrontaron los miembros de la última Junta pro Iglesia, Joaquín Franco Pombo, Nabonasar Martínez Sierra y mi padre, Alberto Samudio de la Ossa, para conseguir los fondos para la construcción. Todas las noches iban de casa en casa pasando el sombrero para conseguir el aporte de los vecinos del barrio y llegaron hasta la quijotada de obtener un préstamo del Banco de Bogotá para iniciar la obra con la garantía personal de sus firmas.
Finalmente el Arzobispo, monseñor José Ignacio López Umaña recibió el templo hoy próximo a desaparecer. RIP.


albertosamudio45@gmail.com

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