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¿Qué comeremos los pobres?

“―Dime, qué comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

-Mierda.”

― Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba

Desde los años de 1980, con la entronización del proceso de globalización mundial, en prácticamente, todas las economías del mundo, las fronteras económicas entre las naciones fueron diluyéndose poco a poco, como efecto del culto que pregona esta teoría económica, para producir, en cada sitio, sólo aquellos bienes y servicios que resulten menos costosos y sean competitivos en el mercado global.

Pero como el mercado no tiene entrañas, este sistema económico, ha ido permeando todas las manifestaciones de la vida, no siendo la cultura su excepción.

Todos sabemos en el mundo, y especialmente, en Latino América, que los cultivos y crías de muchos animales, están íntimamente ligados a procesos culturales y religiosos, pero la necesidad de ser cada día más eficientes en la producción de cualquier bien o servicio que impone esta globalización, ha ido esfumando las costumbres y hábitos ancestrales en la producción de estos bienes agropecuarios.

Lo que se cultivaba o criaba, solo por apego cultural, sin mirar mucho la utilidad o riqueza que generara el producto, se ha ido perdiendo, hasta el punto que, muchas regiones que se caracterizaban por algún tipo de cultivo o cría de animales, ya no lo son.

Los países desarrollados con productos agropecuarios subsidiadas por el Estado, al igual que muchas denominaciones de origen, han inundado los grandes almacenes de cadenas. Solo para traer un ejemplo, el arroz arborio, originario de la ciudad italiana de Arborio, localizada en el valle del Rio Po, y el IR8 asiático, en la variedad corta. Estos arroces pueden alcanzar los $20 mil libra, porque son lo que la cultura neoliberal, nos han impuesto como los únicos arroces aptos para poder hacer un risotto, una paella o un shushi tipo gourmet, respectivamente.

Pero resulta, que para los años de 1970, estos arroces, por su alto rendimiento en la siembra y su grado de almidón, eran cultivados en cantidades exorbitantes en la Mojana sucreña y bolivarense, donde muy poco eran usados para el consumo en la mesa, sino que eran cultivados especialmente, como materia prima de comida animal y para las cervecerías.

Mucho de los cultivadores de estos productos agrícolas se arruinaron, por la falta de control sobre las inundaciones, la transnacionalización de la industria cervecera en el País, la supresión del Instituto de Mercadeo Agropecuario-Idema, las importaciones de maíz, arroz, trigo y de café, este último, nuestra principal fuente de divisas para los años de 1970 y comienzos de los 80, hasta cuando la globalización nos obligó a importarlo para el consumo local. Para el caso de los arroceros, no solo vieron la ruina, sino que las semillas adaptadas al medio de estos arroces, enumerados anteriormente, se perdieron para siempre.

Posteriormente, para mayor congoja del campo colombiano, el deterioro del orden público y la escisión del territorio productivo del País, en zonas guerrilleras y paramilitares, también influyó en la oferta de bienes agrícolas, generando excesos en unas zonas y escasez en otras.

La conjunción de todo este panorama, es un campo desolado, en ruinas y sin ningún estímulo estatal, que nos ha conducido, no obstante, de ser un País autosuficiente en materia agropecuaria todavía, a soportar un déficit tremendo en cuentas corrientes, es decir, que en materia de valores en dólares, importamos más que lo exportamos en este sector.

Por las razones anteriores, la economía agrícola de Colombia, ha quedado sujeta a los vaivenes del precio del dólar y los problemas geopolíticos mundiales. Esta situación, nos ha arrastrado a una de las peores escasez de productos agropecuarios, empujando la inflación a cifras rimbombantes en los principales productos de la canasta básica, como el arroz, los huevos, la carne, la lecha, el queso, el pollo, plátanos, etc.

El plato más humilde de una familia costeña, como lo es, el arroz con huevo y tajadas de plátano frito, o el mismo plato acompañado por un pedazo de queso, es totalmente impensable, porque los precios de estos productos han desorbitado los ingresos familiares.

Ante todo este panorama, nos preguntamos.

¿Qué comeremos los pobres?

La respuesta la encontraremos en la prosa garciamarquiana que sirve de epígrafe a esta columna

¡Por favor!, ¡tomemos a Cartagena en serio!; ¡no más payasos ni bandidos!

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