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Potencias insatisfechas

La crisis de Ucrania es manifestación de una potencia insatisfecha. Rusia lo es, y también la China. La insatisfacción implica inestabilidad. No son casos únicos en la historia, desde cuando bandas de cazadores se empeñaban en proteger y ampliar sus cotos. Lo aterrador de la insatisfacción hoy es que los insatisfechos poseen armas atómicas.

Insatisfecha fue la Roma del Lacio, impelida a anexar el resto de Italia y más allá (la Galia de César, por ejemplo), por la validación bélica de su clase dirigente. Mucho más tarde, cuando nacían los estados-nación en Europa, Francia aspiraba a expulsar a los ingleses que dominaban Normandía y Aquitania hasta los Pirineos. El conflicto en los siglos XIV y XV es lo que se conoce como la Guerra de los Cien Años. Por los lados de nuestra historia, Castilla no quedó satisfecha hasta arrebatar a los moros el Reino de Granada.

Un insatisfecho reciente fue la Francia de la IV República, que ansiaba recuperar, cause célèbre, Alsacia y Lorena, provincias perdidas en la Guerra Francoprusiana de 1870. Los EE. UU., por su parte, fueron insatisfechos mientras fracasaban en anexar al Canadá, arrasaban el Oeste o convertían al Caribe en mare nostrum. Después, su instrumento ha sido el soft power o la guerra sin ambiciones territoriales.

En cuanto a Ucrania, Vladimir Putin ha dicho sin ambages que la disolución de la Unión Soviética fue una gran tragedia geopolítica para Rusia. Se ha preparado para su reconstitución, total o parcial, hasta donde le dejen. Mostró los dientes hace ya unos años en la guerra contra Georgia por la república de Osetia. Ahora va por la sección rusoparlante del este y centro de Ucrania. A lo mejor, le bastaría extender la frontera rusa hasta el Dniéper, o quizá sería suficiente la sola anexión de la rebelde llamada república de Donetsk, como lo hizo en la Crimea.

Vladimir ha ido tan lejos en su bravata que cuesta pensar en que retroceda sin quedar muy mal. Ese es el problema con los países insatisfechos: las más de las veces lo son por mucho tiempo y hasta las últimas consecuencias, salvo compensación. En el caso chino no hay compensación posible. La isla de Formosa es suya, así solo la conquistaran a finales del siglo XVII, haya sido del Japón desde el siglo XIX, y haya sido independiente como Taiwán 70 años. La China de Xi Jinping no cederá. Evita perder prestigio, aparte de que la isla es el ancla de sus pretensiones sobre el Mar de la China. EE. UU. y sus aliados tendrán que decidir dónde van a trazar la línea en Océano Pacífico.

Amasar 100.000 hombres en la frontera o transgredir el espacio aéreo son manifestaciones de potencias insatisfechas. La España de don Sancho Jimeno, el defensor de Bocachica en 1697, en cambio, nada tenía por reclamar; en la peor de las depresiones, apenas si le daba para defender lo propio. Lo infortunado hoy y siempre es que las crisis de insatisfacción solo se contienen con demostraciones de fuerza.

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