Hoy tengo pico y placa. En mi infancia nunca tuvimos la fortuna de tener un carro propio, tengo varios raspones en mis piernas por los intentos de mis hermanas por no perder un bus y mis pequeñas piernas intentando seguir el ritmo. Recuerdo pasar hasta una hora en un bus que nos traía del Centro a mi casa en Los Cuatro Vientos. Pero nunca dimensioné tanto la necesidad de un carro particular hasta que tuve a mi hijo, hace casi tres años. Citas médicas, urgencias y hasta el tan bembeado pero necesario (casi vital después del confinamiento) espacio de recreación. Entonces cobró sentido ese ahorro y ese porcentaje que mes a mes sale de mi sueldo para pagar no solo un vehículo aclimatizado que me lleva del punto A al B, es estar seguros, no tener que esperar bajo el inclemente sol un transporte que solo Dios sabe cuánto tardará mientras intento distraer a mis hijos de semejante situación desesperante, es poder ir a urgencias sin perder tiempo ofreciendo en alguna plataforma o rogarle a algún taxista para que me lleve a donde necesito. Es un elemento que eleva la calidad de vida, no un lujo, sin duda una necesidad en nuestros tiempos y ante la calidad cuestionable de la oferta de transporte público en Cartagena.
Y no me malentiendan, esto no se trata de atacar a Transcaribe o a los taxis, pero no nos digamos mentiras, no son perfectos. Por ejemplo, hace unos días mis familiares políticos, todos del interior del país, querían recorrer el Centro Histórico de Cartagena y por supuesto pensaron en la versión costeña de Transmilenio. Yo, muy animada, les dije: claro que sí, les presto mi tarjeta (además porque no estaba segura de que pudieran conseguirla tan fácilmente, pues nunca supe si se solucionó o no la crisis que nos tenía sin dotación), pero ¿y cómo recargan? No estamos cerca de una estación... Plan cancelado, “mejor esperen y nosotros los llevamos” en nuestro carro PARTICULAR.
Pero si ahí llueve, por los taxis e incluso las plataformas que prestan servicio de transporte no escampa. Mi hijo asiste a unas clases en el Pie del Cerro, vivo en La Plazuela, y dos veces a la semana enfrento la paradoja de qué será menos peor. Si salgo a tomar un taxi puedo conseguir un precio más cercano a las tarifas expedidas por el Tránsito, pero me toca rogar, y cuando digo rogar es casi llorar, la pelea no funciona para el sol de las 3 de la tarde en medio de un calor agonizante. La otra opción es pedir el servicio en una aplicación, ahí todo es más cómodo y más caro... un viaje del Centro a La Plazuela cuesta 15 mil pesos según tarifas oficiales, pero en la realidad he pagado hasta 25 mil pesos en medio de la desesperación de llegar a mi sitio de destino, un golpe a la economía familiar. Y podría seguir y seguir contándote todas las razones por las que el carro particular se revela hoy, en una ciudad que no garantiza la calidad de la movilidad en el transporte público, como un salvador, sobre todo para esta clase media oprimida que saca la cabeza de vez en cuando para buscar una bocanada de aire en medio de tantas adversidades, seguiría, pero hoy mi hijo tiene una cita médica que llevo agendando desde hace meses y mira, tengo pico y placa. ¿Me prestas para el taxi?