Mañana los colombianos irán a las urnas y elegirán al presidente que los gobernará durante los cuatro años siguientes. Habrá concluido una de las campañas políticas más álgida de las últimas décadas y ojalá no haya un motivo para que la violencia, que ha tenido tan perniciosa presencia en nuestro país, regrese a hacer estragos. La responsabilidad estatal, individual y colectiva, debe encaminarse a garantizar un proceso electoral en paz, sin trampas, en procura de una nación diferente, respetuosa y libre.
De los dos candidatos se ha dicho de todo, verdades y mentiras, se les ha esculcado hasta el delirio tratando de hallar pruebas que inhabiliten o muestren hechos del pasado que manchen su existencia y obliguen a perder los votos que necesitan para salir airosos en esta dura prueba. Del lado de Rodolfo Hernández se han puesto partidos y movimientos que representan el statu quo, el llamado establecimiento, lo que sirve a sus críticos para afirmar que “es más de lo mismo”, sin posibilidades reales de lograr cambios sustanciales en un país que naufraga en la pobreza y requiere un sacudimiento en las bases de su engranaje económico y social.
Hernández, con un lenguaje desfachatado y sin argumentación sólida para exponer su programa de gobierno, ha logrado importantes apoyos con una estrategia publicitaria basada en el Tiktok, lejos del debate público con su ardoroso contrincante. Amarrado a un proceso judicial que podría enviarlo a la cárcel si se le comprueban conductas dolosas de corrupción cuando se desempeñaba como alcalde de la ciudad de Bucaramanga, se presenta como adalid de la anticorrupción.
Gustavo Petro, fogoso en la tarima, con probado bagaje intelectual, décadas de trabajo político y luchador frontal contra lo que denomina el “Estado mafioso”, puede ser el primer progresista “purasangre” en llegar a la Presidencia de Colombia, luego de dos intentos fallidos. Pragmático, matizó su lenguaje de confrontación para insistir en que lo suyo es la búsqueda de un país en paz con altos niveles de bienestar, respeto por el medioambiente, transición energética, educación gratuita, oportunidades para todos, economía productiva y batalla sin descanso contra los delincuentes, a quienes en el pasado denunció hasta llevarlos a la cárcel. En su lucha contra bandidos de todas las pelambres, Petro no estuvo solo. Lo acompañó la justicia que no se doblegó ante el crimen y sigue brindando soporte al estado social de derecho, y la ciudadanía que rechaza la sinvergüenzura aunque se vista de frac. Los colombianos tienen en sus manos el poder de decidir mañana qué país quieren de aquí en adelante.