Ahora son 19 partidos políticos oficialmente reconocidos en Colombia. Si esto no es una muestra de apertura política y de democracia en nuestro país, me pregunto si hay que entrar en una nueva definición de democracia. A pesar de ello, nuestro régimen de gobierno funciona a un ritmo mucho más lento del que le exigen las circunstancias; se enreda solo en sus propios poderes, sus eternas diatribas, sus infinitas regulaciones, sus leyes excesivas y sus miedos para ejecutar lo que acuerda, todo lo cual nos convierte en una democracia inoperante.
El inventario de partidos políticos registrados en distintos países es abultado y para todos los gustos. España tiene 61. En Alemania son más eficientes, solo hay nueve activos, pero en Brasil son 33 y Argentina tiene 39. Italia tiene 6 principales, pero 28 secundarios esperan morder su pedacito de poder, mientras en Sudáfrica se pelean por el poder 20 y en la India, la democracia más poblada del mundo, son 35. En Venezuela hay 44 y uno solo de ellos ha parido 10. En Chile hay 27 y cinco más en proyecto para aprobación; y ya que llegamos a Chile imagínense entrar en un súper mercado de Santiago, sección de vinos: son incontables las marcas, y ¿cómo decidir las mejores con apenas el tiempo para leer la etiqueta? Es lo mismo que ocurre con las democracias modernas. Las tesis centrales de los partidos se han atomizado a tal nivel que para el elector resulta cada vez más difícil saber y diferenciar lo que conviene de lo que perjudica para el país con el que sueña. Entonces, en nombre de la propia democracia, ¿cuán útil es, para el interés mayor, demasiada democracia?
Poco esfuerzo hacen los partidos políticos por trabajar en equipo, y con la proliferación de ellos, nunca antes los electores habíamos estado tan confundidos y las democracias tan debilitadas. Es lo que le conviene al caos, o a quienes se nutren de él: divide y reinarás.
Una democracia como la nuestra, donde hay excesos de urgencias y de egos, no debería permitirse el lujo de ser dirigida por tantos partidos. Para ello, hay que repasar en las mentes de líderes y liderados, los principios de oportunidad, respeto, lealtad, y sentido de pertenencia. Hay que planear la nación alrededor de partidos políticos fuertes, capaces de atraer pensamientos de los extremos y darle vocería a las ideas consecuentes con nuestra visión de país.
A pesar de que la apertura política amplía la voz ciudadana, hay que aceptar que un coro de muchas voces disímiles no produce un buen concierto. Entre más partidos políticos se permitan, estos se harán más débiles, y los partidos políticos débiles solo pueden engendrar gobiernos letárgicos, inoperantes, o desastrosos, como en algunos de los países mencionados arriba.