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Orden violento

Durante la Guerra Civil Inglesa (1642-1651) el filósofo político Thomas Hobbes escribió en su obra ‘El Leviatán’:

“... todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza e invención pueden proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto... no hay cultivo de la tierra, ni navegación... ni conocimiento, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre [...] y breve”.

Hobbes presenta así dos facetas del conflicto civil. La primera, que este impide el desarrollo económico, científico y humano. La segunda, que para que haya conflicto no es necesario que unos actores armados se ataquen mutuamente; también puede ser una situación de violencia amenazante en la que nadie tiene seguridad y se vive en la incertidumbre.

Esa situación estructural, imperceptible a los ojos del país privilegiado, en la que viven actualmente millones de personas en miles de comunidades colombianas, se hizo visible durante una breve coyuntura de cuatro días. Apenas se anunció que extraditando a otro capo se daba fin al clan del Golfo, buena parte del Caribe colombiano quedó cruelmente confinado en el terror impuesto por “esos señores”.

La solución propuesta por Hobbes es la constitución de un Estado fuerte. Posteriormente, la filosofía y la ciencia política han desarrollado esta idea no como una autoridad militarizada cuya estrategia de seguridad es infundir mayor temor, sino como un conjunto de instituciones con funciones separadas, que se controlan mutuamente y proveen seguridad, justicia y bienes públicos.

Ese tipo de Estado casi no existe hoy en Colombia. Tras el ajuste constitucional que permitió la reelección presidencial, y mediante una violación de las normas éticas que, así como la ley, deberían también conducir al estadista, los órganos de control han sido cooptados por el gobierno. Así mismo, se ha intentado, con relativo éxito, “hacer trizas” un Acuerdo de Paz que fue pensado precisamente para llevar un mejor Estado, no el de siempre, a los territorios donde cunde la guerra.

La culpa por el terror de esta coyuntura es del clan del Golfo, pero la responsabilidad por la estructuración de un orden social violento, impuesto por un Leviatán paralelo con la presencia permanente y amenazante de hombres armados en las comunidades, es del Estado.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

*Profesor del Programa de Ciencia
Política y RR. II., UTB.

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