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No les demos un peso

No confundamos. Claro que entiendo que la pobreza que carcome a la ciudad lleva a la gente a trabajar de manera informal en semáforos, las esquinas y demás.

Dejémonos de cuento: a un bus de Transcaribe no se deben subir vendedores de dulces, ni cantantes, ni predicadores ni nadie a pedir plata. Esto no significa insensibilidad, ni egoísmo, sino hacer lo correcto.

Pero se está haciendo lo incorrecto, y de manera descomunal. La semana pasada alguien se subió con un amplificador a cantar, el único pasajero que se quejó fue condenado por los demás porque “no se conduele de la necesidad del otro”.

Hay usuarios del Sistema Integrado de Transporte Masivo (SITM) que en situaciones como estas prefieren quedarse callados, antes que recibir la lluvia de insultos.

Nos estamos equivocando y de seguir así, nos tiraremos un servicio que aún no funciona como queremos (tres años después, solo llega al 45% de su implementación), pero que nos cambió radicalmente la manera de transportarnos.

No quiero ni recordar la buseta que cogía repleta de gente y con el esparrin subiendo a más personas (hasta con bultos de papa), a pleno sol, sin aire acondicionado, con el conductor mamando gallo con el tiempo, mientras la voz de un predicador se confundía con la música estridente del radio del vehículo que iba a medio lado por el peso.

En un año y medio, si no se les ponen palos a las ruedas, podríamos ver a Transcaribe en un 100%. A finales de marzo de este 2019, tenía 282 buses y se espera que cuando funcione en su totalidad, operen 42 rutas con 658 buses de las tres tipologías: 431 busetones, 54 articulados, 173 padrones. Actualmente moviliza más de 130 mil usuarios por día (158 mil el Día sin moto) y cuando esté completo deberían ser 450 mil.

Según la encuesta de Cartagena Cómo Vamos, el 75% de los cartageneros ha usado Transcaribe. Como dicen por ahí, son cifras y hay que darlas. Indiscutiblemente Transcaribe se convirtió en una necesidad. Por lo tanto, no entiendo el ataque a los pasajeros que lo defienden.

Así empezó, por citar un solo ejemplo, uno de los males de Transmilenio en Bogotá, luego fueron aumentando también los atracos dentro del sistema.

No confundamos. Claro que entiendo que la pobreza que carcome a la ciudad lleva a la gente a trabajar de manera informal en semáforos, las esquinas y demás, -situación que se acrecentó con la migración venezolana- asunto que debe ser prioritario para el Gobierno, sin embargo, hay reglas que tenemos que cumplir, una de esas es la prohibición de ventas en los buses de Transcaribe.

No esperemos que sea la Policía la que controle esto, creo (aunque suene cruel, y que me perdonen los que sé que se suben a trabajar de manera humilde) que la solución la tenemos en nuestras manos.

Si no les damos plata, podemos ayudar a que Transcaribe empiece a ser el sistema que todos esperamos.

Periodista. Magíster en Comunicación. Twitter: @javieramoz

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