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Mis dos amores

Acababa yo de terminar la filmación de una escena con Marlon Brando en el Palacio de la Inquisición. ¡Marlon se había portado como un verdadero patán! Había insultado a mi maestro y director Gillo Pontecorvo, y se había largado del set gritándome, como si yo tuviera la culpa de su locura. “No me trate como un muñeco; yo soy un actor no una marioneta”, me dijo. Le había pedido, nada más, que levantara una pulgada su copa de champaña para la cámara. Eso fue todo.

Bueno. Entonces, con el genio alborotado y sin pensarlo muy bien, decidí ir a buscar a mi novia a la isla del Pirata. Nunca había hecho la travesía a vela, pero me atreví.

Un viento fresco me empujó con fuerza gentil hasta Bocachica. En una noche sin luna salí a mar abierto. El Caribe comenzó a castigarme; los alisios del noreste se atesaron a 20 nudos y mi cayuco -aunque estaba bien acondicionado se estremeció-. Pero, bien o mal, logré controlar las furias de Eolo y metí la proa al suroeste 240 grados, que es la ruta para las islas.

Pero al Dios Caribe no le gustó que este napolitano recién llegado se atreviera de noche a surcar sus aguas sagradas y me mandó un “culo de pollo” que me empujó volando como 10 millas afuera de la isla del tesoro.

Surfeando unas olas de 12 pies, perdí el timón. Entonces, me encomendé a mi San Genaro, pero, cuando se me reventó la escota, hablé con Dios, y llorando pude, no sé cómo, amainar la vela, sacar el mástil acostándolo sobre mi cuerpo asustado en el fondo del bote que, recuerdo ahora, no tenía nombre -y esto es mala suerte en el mar-.

Como que Dios y San Genaro se dieron cuenta de lo ridículo de esta muerte, suavizaron las brisas a las seis de la mañana y mandaron un airecillo suave, que pude controlar con un canalete y la vela amarrada a mi mano derecha, y llegar al muelle norte de la isla del Pirata, donde por fin amainé la vela y caí arropado por la vela, que me protegía del frío de esa noche de pesadilla, que hubiera podido borrarme de la faz de la tierra por atrevido e ingenuo.

¿Por qué este largo preámbulo?, porque quiero decir que conozco muy bien el caso de las Islas del Rosario desde hace más de cincuenta años, porque soy socio de una empresa que opera un hotel en la isla del pirata. Porque sé de primera mano que para nosotros es vital la conservación del medio ambiente. En Pirata no hay un vertedero, en el mar la basura se empaca y se manda para Cartagena. Se piensa en títulos y posesión y no en la contaminación que entra a borbotones por el canal del Dique y no en la vida de 1000 almas en Orika que no tienen agua ni alcantarillado ni trabajo. A mí no me da miedo que nos quiten la isla, me da miedo que un Estado ausente e ineficiente deje perder este tesoro que bien o mal nosotros los invasores de cuello blanco estamos manteniendo hace más de cincuenta años.

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