Los primíparos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena eran recibidos por el ‘Mesie’, quien, tiza en mano, escribía sobre el enorme tablero del Departamento Central de Física, una frase de esas que jamás se olvidan: “El día tiene 24 horas: 8 horas pa’ estudiar, 8 horas pa’ dormir y 8 horas pa’ mamar gallo”.
Joussef Egel Chaiban nació en Port au Prince (Haiti) el 3 julio de 1909. Hijo de emigrantes libaneses quienes, como tantos otros, a mediados del siglo XIX huyeron acosados por los pitones incandescentes de la guerra; pero cuando la discriminación étnica-religiosa mostró su hocico, Daher y Alia, los padres de Joussef –católicos maronitas, apostólicos, romanos y marianos–, emigraron a Kingston, donde casi completan la docena de hijos, siendo Joussef el primogénito.
En Jamaica, hasta mediados de 1825, todo fue prosperidad, pero irrumpió nuevamente la xenofobia y decidieron probar suerte en Cartagena de Indias, arropados por los brazos descomunales y generosos de sus ‘baisanos’ Dager-Gerala y Basmaghi.
Joussef deslumbraba por su aguda inteligencia, y bichecito marchó a Beirut, más tarde ingresó al Seminario de la Compañía de Jesús, en la Sorbona de París, graduándose de sabio.
Pero la muerte prematura de su padre lo obligó a regresar a Cartagena, tomando las riendas de los agrietados negocios familiares; sin embargo, asegura José Kappaz Egel, biógrafo –sobrino predilecto–, que su tío jamás tuvo vocación de negociante y, con la cabeza repleta de ciencias, árabe, inglés, francés, latín, griego, sánscrito, esperanto; matemáticas, física, astronomía, meteorología, historia, teología, filosofía... encontró refugio en la Universidad de Cartagena, donde por 60 años enseñó a “PENSAR SIN ATADURAS” y, como mezclaba francés-español, lo bautizaron ‘Monsieur José Egel’ o ‘Mesie’, traducido al ‘costeñol’.
La Universidad, fundada el 6 de octubre de 1827 por Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, fue su ‘Amor Eterno’: era el primero en llegar, el último en marcharse incluyendo sábados, domingos y festivos.
A sus 82 años, recostado al hombro de Carlos García, su discípulo y médico predilecto, el 21 de febrero de 1991 retornó a las constelaciones mientras pronunciaba su última frase, untada de sabiduría e ingenio: “Enséñale a tus alumnos a usar mascarillas, jamás tapabocas, y a lavarse las manos sin imitar a Pilatos”.
Desde entonces imagino al Mesie dándose jonda en su mariapalito de eternidades, saboreando tinto cerrero, fumando una cajetilla completa de Pall Mall –‘SangreToro’–, acompañado de Carlitos Villalba, Clemo Háydar y Meporto, quien aún lo jode recordándole su pronóstico meteorológico, víspera de clásico beisbolero, cuando vaticinó: “¡Noche esplendorosa!”, y se desgajó sobre Cartagena el Diluvio Universal.