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Los jueces y la Inteligencia Artificial (IA)

“¿Cuál es el truco mágico que nos hace inteligentes? El truco es que no hay truco. El poder de la inteligencia emana de nuestra basta diversidad, no de un único y perfecto principio”, Marvin Minsky.

La I.A irrumpió en una forma abrupta en toda la sociedad, permeando con mucha fuerza todos sus ámbitos, y la administración de justicia no fue la excepción.

En ese nuevo contexto social, uno podría preguntarse, ¿pueden las máquinas estar sujetas a sanciones?

Pues bien, en el año 1981 en Japón, un trabajador que laboraba en una fabrica de motocicletas, fue asesinado por un robot de I.A. Ocurrió que cuando el obrero realizaba su faena, la máquina por error, identificó sus actividades como una amenaza y procesó que la forma más afortunada de suprimir ese obstáculo era desplazarlo a otro sector donde se encontraba otro aparato o máquina. Para tal efecto, usó su brazo hidráulico, el robot sorprendió al trabajador y luego de “neutralizarlo” reanudo sus labores, sin que nadie interfiriera en ese procedimiento socialmente inaceptable.

Pues bien, el derecho penal y el derecho disciplinario, cumplen una función social muy relevante, en la medida que estas disciplinas preservan —en términos de nuestra Constitución—, un orden social justo y una convivencia pacífica, que genera bienestar a toda la sociedad.

Desde luego y ante tantos avances científicos, el interrogante que se impone es, ¿pueden existir jueces-robot?

En Estonia, por ejemplo, al introducir la inteligencia artificial en lo jurídico, se admitió el empleo de estas máquinas pero se orientó que sólo aplicaría para juicios menores. Ello con la finalidad de dar una mayor dinámica a la descongestión. Esa operación implica dos momentos. Uno, en el que se cargan los documentos y los informativos más relevantes en una plataforma y un segundo momento que corresponde a la intervención de una IA que se dedica a elaborar la decisión o fallo. A su vez, esta decisión podrá apelarse ante un juez “humano”.

Obsérvese que los robots se les hace ingresar al mundo jurídico con el pretexto de que solo se emplearán para casos fáciles, tales como, cobro de multas, despensas arancelarias, pagos atrasados en propiedades horizontales y otros asuntos en los que se requiera sistematización y reiteración de los procesos y en los que puedan ser procesados por los algoritmos.

Independientemente de lo anterior, entratándose de derechos sancionadores, como el derecho penal o el derecho disciplinario, es imprescindible una férrea protección a estas disciplinas, dado que están en juego garantías tan caras como los derechos fundamentales como la libertad y asuntos de seguridad social, etc.

En estos eventos, es muy complejo que las maquinas entren a reemplazar a los funcionarios judiciales porque implicaría ingresar en los campos de las emociones más sensibles de los humanos, como son, el amor, la ira, el odio, los celos, etc. Esto requiere, como lo dice un slogan de un comercial de una entidad bancaria, “ponerle el alma”. Es más: es muy difícil que la IA entre a definir los conflictos que con frecuencia se le presentan a los jueces cuando entra en conflicto los ámbitos de derecho y justicia pues los jueces no pueden aferrarse solo a las normas jurídicas sino que debe echar mano a la supremacía de los principios jurídicos.

Son asuntos de extrema sensibilidad, de encuentros y desencuentros, nuevos escenarios que generan debates sobre la validez del uso de las robots en el derecho.

Insistimos, no se puede desconocer que los robots tienen la capacidad de desarrollar ciertas actividades complementarias en favor de la administración de justicia, pero ello no supondría el reemplazo de sus servidores pues ello supone —y constituiría— el acabose de la humanidad.

Lo que sigue ahora es resolver el interrogante sobre ¿la legitimidad de los jueces? Este fascinante cuestionamiento fue resuelto por Ferrajoli (La fuente de la legitimidad de la jurisdicción- Revista Mexicana de Justicia-2010) cuando planteó que esa legitimidad reside en el consenso popular, en la confianza, y ello se combina con la sujeción a la ley. Luego, es indudable que la IA es ajena a esa legitimidad por sus sesgos, por sus posibles errores, por sus eventuales falibilidades y porque él algunas especialidades no puede considerarse esta intervención precisamente porque son áreas del derecho que se asocian con una estricta observancia de la ética y los valores interiores del individuo y que históricamente han existido más allá de una robotización. Es decir, las normas sí pueden ser sistematizadas pero esa confianza legítima reside en los jueces “humanos”, máxime cuando los datos que se le introducen a las maquinas pueden ser manipulados por sus creadores y ello podría conllevar a delicados sesgos, por ejemplo, de discriminación racial.

Y, como se recordará, ya en un artículo anterior habíamos anotado que la IA a nivel mundial, está reduciendo la demanda de abogados, por ello se hace válido cerrar con este interrogante: ¿Cómo quedará el mundo, si se permite la robotización, en forma desmedida y mayúscula en todas las esferas laborales? Lo decimos porque día a día se está perdiendo el concepto de “humanidad”, especialmente en el sector laboral que cada vez más se le arrincona y por ello, miles de personas perderán sus empleos y podríamos ir hacia el fin de la humanización, principio rector moral que se ha mantenido y ha tenido vigencia a través de todos los tiempos.

En Europa nos llevan mucha ventaja en el análisis de las nuevas tecnologías aplicadas al derecho, y desde luego, la preocupación ética ya tiene que estar al orden del día en nuestro país. Es que la utilidad de estas máquinas tienen que estar direccionadas al bienestar común, al mejoramiento de la sociedad y al progreso de los individuos y las comunidades.

Es lógico que en un mundo neoliberal, que se fundamenta en lo estrictamente económico, resulta difícil obtener reivindicaciones, pero se hace necesario apostar porque se expidan legislaciones fuertes, sancionadoras, no solo con multas sino también previendo delitos, todo ello para consolidar un planeta más justo e incluyente, sin esa cabalgante deshumanización que se nos avecina.

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