El 18 de febrero del 2021 la JEP informó que las Fuerzas Militares del país abatieron al menos a 6.402 civiles inocentes (entre el 2002-2008) y los presentaron como “bajas en combate”. Recientemente (30-08-2023), esta institución acusó al general (r) Mario Montoya Uribe de cometer crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad. Y, en esta semana, por primera vez, un alto general (r), Henry Torres Escalante, reconoció ante las madres y familiares de las víctimas su responsabilidad por los “falsos positivos” en Casanare.
Los mal llamados “falsos positivos” -que en realidad son ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas de civiles- fueron el resultado de un plan criminal para asesinar a personas inocentes en el marco de “inexistentes misiones tácticas fragmentarias”, operaciones que luego eran regularizadas con información incorrecta y con anexos de inteligencia en los que registraban problemas de orden público y perfiles errados de los reclutados, quienes una vez asesinados se les rotulaba como guerrilleros, extorsionista, etc. Los testimonios señalan que en las actas se reportaban gastos de munición, supuestas cédulas de informantes para justificar pagos y un sistema de declaración de falsos testigos que se encargaban de presentar testimonios fraudulentos ante las autoridades judiciales. Sin duda, el de los “falsos positivos” constituye uno de los capítulos más oscuros y atroces de la degradación de la guerra en Colombia, por la cosificación, por la deshumanización de la vida, pero por sobre todo, por el “despropósito” final que era, por un lado, perverso: conseguir resultados a como diera lugar para acceder a incentivos económicos, bonos, promociones o ascensos dentro de las FF. AA. y, por otro lado, maquiavélico: legitimar una política de seguridad al amparo de la cual se llevó a cabo una contrarreforma agraria, se profundizó un modelo económico inequitativo y se justificó la reelección presidencial.
Post scritptum: el país necesita conocer la “verdad” de esta guerra y sus responsables: de los “falsos positivos”, pero también de las masacres, de la esclavización de mujeres y niñas, del secuestro, desaparición y exterminio de poblaciones enteras llevadas a cabo por paramilitares y guerrillas, no para instrumentalizar a las víctimas en favor de una visión ideológica y dividir el país en buenos y malos, sino para perdonar, descansar del dolor, superar los resentimientos y pasar esta página de horror de una guerra que solo ha traído más pobreza y más odios; pero especialmente, como dijo Gabo: para que “nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir [y tener un país] donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.