En el siglo pasado, el país padeció nueve guerras civiles. La Guerra de los Mil Días (1899-1902) dejó más de 100 mil muertos; la violencia liberal-conservadora (1948-1958), más de 113 mil, y el conflicto armado 262.197. Actualmente, 21 millones de personas viven en pobreza, 7,4 millones en pobreza extrema, somos el país más desigual de la OCED y el segundo de América Latina, y las masacres se han cuadruplicado después de los acuerdos de La Habana. Las cifras –pasadas y actuales– son tan elocuentes como desoladoras.
Wendy Brown sostiene que la democracia tolera la desigualdad, pero no la “desigualdad extrema”; podría agregarse: “Ni la injusticia ni la violencia extrema”. Platón (filósofo) y Solón (político), cada uno desde sus respectivos campos, se preguntaron por las condiciones y los presupuestos materiales y espirituales de una sociedad (polis) bien ordenada, estable y legítima en el tiempo; cuestión que ha sido reformulada por grandes pensadores, desde Aristóteles hasta la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, y también por partidos, movimientos y estadistas.
Si se revisa la historia reciente, se observa que las sociedades que dieron con la respuesta adecuada no intentaron imponer un principio metafísico (ideología, filosofía, dogmas) a la realidad; por el contrario, conciliaron las evidencias empíricas con sus creencias, al tiempo que apelaron a una dosis de pragmatismo sin renunciar a sus ideales. “No importa el color del gato mientras pueda cazar ratones”, sentenció Deng Xiaoping en 1978, y hoy la China comunista es la segunda economía capitalista del mundo. Contrario a lo anterior, en Colombia, ideólogos, economistas y políticos de carrera, no sólo continúan afincados en sus religiones seculares, sino que, además, no se han hecho las preguntas correctas y, por ello, no han dado con las respuestas adecuadas.
Deberíamos preguntarnos: ¿cómo construimos una sociedad justa (Rawls) en un mundo globalizado, donde ya no existe alternativa al capitalismo (Fisher)? ¿Cómo garantizar la libertad y hacerla posible ‘materialmente’ (Amartya Sen) en una democracia igualitaria (Anderson), que está amenazada por la razón neoliberal (Foucault)? ¿Cómo consolidar una economía de mercado ‘incluyente’ que no sea pro-empresa, sino pro-competencia y antimonopólica? Y ¿cómo repensar la educación, no desde nuestros sesgos cognitivos, sino desde nuestro contexto real y empírico que posibilite el desarrollo social, humano, científico y tecnológico?
*Profesor Universitario.