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Las narrativas del perdón

El perdón ha cumplido un papel relevante, pero no igual, en todas las sociedades y tradiciones religiosas. Mientras las culturas no monoteístas priorizan el “perdonar” (Paryushan Parva en el hinduismo o “sabiduría” en el budismo), las monoteístas priorizan el “ser perdonado” (Yom Kipur en el judaísmo, confesión en el cristianismo o Tawba en el islamismo), con un agravante: al ser asociado a la “culpa” –caso latinoamericano– sirve de dispositivo de control individual y colectivo.

Lo anterior explica en parte, por ejemplo, por qué nuestras retóricas sobre el perdón (v. gr. Cuadernillos de la Comisión de la Verdad) versan sobre las maneras de “ser perdonado” o las formas de “pedir perdón”; por qué nuestras narrativas sobre el resentimiento surgen ligadas a una estética del sufrimiento y de la revictimización (síndrome adámico), que justifica las memorias individuales y colectivas del rencor; y por qué, en nuestro imaginario social, “perdonar” es concebido como un acto “sobrehumano”, benevolente y de misericordia –como si fuésemos pequeños dioses– , por medio del cual alguien decide liberar a otro de su “carga”, pese a que realmente los liberados somos nosotros: de la amargura y, sobre todo, del pasado, que es fuente de trastornos psíquicos, depresiones y odios tribales (racismo, xenofobia, homofobia, ideológicos, religiosos).

Los neurocientíficos sostienen que el rencor, el resentimiento o la amargura estimula la ansiedad y las regiones arcaicas del cerebro (zona de “no pensamiento”), mientras que el perdón activa las partes más evolucionadas de la corteza cerebral, las cuales propician la resolución de dilemas morales, la empatía, el altruismo, la compasión y el control cognitivo de las emociones. Todo indica –dicen los psicólogos evolutivos– que el perdón surgió en una etapa de la evolución humana, como mecanismo para aliviar el dolor y superar el sufrimiento, y como un dispositivo de cohesión social en función de la supervivencia individual y tribal. Buda dijo: “Perdona, no porque merezcan el perdón, sino porque tú mereces la paz”, y Gandhi señaló: “El perdón es de los valientes”.

Un propósito para este año –de autoridades y ciudadanos–, debería ser el fomento de una cultura de la resiliencia, la empatía y la compasión, que es lo que permite construir individuos sólidos en lo cognitivo y emocional, así como sociedades cohesionadas y dispuestas al perdón. Para ello deberíamos comprometernos con la “educación socioemocional” de nuestros niños, la cual empieza en el útero mismo y continúa en la familia, y es previa a cualquier educación escolar en valores (éticos y estéticos) y en contenidos académicos (matemáticas, ciencias y lectoescritura).

*Profesor Universitario.

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