El 5 de junio del 1963, John Profumo, de 49 años, ministro de guerra en Gran Bretaña, renunció a su cargo y al Partido Conservador, tras reconocer que había mentido al Parlamento sobre su relación con Christine Keeler, de 19 abriles. El problema, además de que él estuviera casado, era que la chica simultáneamente mantuviera en plena Guerra Fría, una relación con el espía soviético Yevgeny Ivanov, lo que llevó a los implicados ante un tribunal, para dirimir si en esos encuentros, hubo o no, revelación de secretos que amenazaran la seguridad del Estado.
La relación se destapó después de que un exnovio, el jamaiquino John Edgecombe, al sentirse desdeñado, se presentara en casa de ella, disparando con una pistola. En el juicio por aquel caso, se supo que Keeler ejercía prostitución a muy alto nivel. Así empezó el escándalo sexual más importante del Reino Unido, que hizo caer hasta al primer ministro, Harold Macmillan.
La causa que llevó el jueves pasado a la dimisión del primer ministro de Inglaterra, Boris Johnson, fue la renuncia del vicejefe de bancada Chris Pincher, acusado de haberle tocado la pirinola a dos invitados en una cena privada. Aunque no admitió las acusaciones, Pincher dijo en una carta a Johnson: “Anoche bebí demasiado” y “me avergoncé a mí mismo y a otras personas”.
Lo que puso a Johnson en aprietos fue haber negado que conocía de conducta impropia similar, mientras Pincher ocupaba el cargo de ministro de relaciones exteriores, y haberlo designado en un nuevo cargo. Cuando se hizo evidente, su equipo de prensa dijo que él sabía sobre las acusaciones pasadas, pero que las consideró “resueltas”. En total, fueron más de 50 entre ministros, y altos miembros del gobierno, que renunciaron a sus puestos. Durante meses, Johnson había enfrentado una lluvia de críticas sobre su conducta, incluidas las fiestas ilegales que se organizaron en sus oficinas de Downing Street, durante la pandemia y por las que él y otros, fueron multados por la policía.
Las sociedades avanzadas sancionan ejemplarmente la mala conducta de sus actores políticos, aunque acusadas de doble moral por quienes no comprenden la necesidad de mantener estos valores, ya sea por interés de seguridad nacional o simplemente por respetar el orden democrático, dan ejemplo de respeto a la norma: cuando la policía, aplicando un simple código de sanidad, puede multar altos funcionarios del gobierno, incluso a la máxima autoridad representada por su primer ministro. Allá no resulta el cuentico de un alcalde en Colombia que dice: “Soy el jefe de policía”; pero más importante y admirable resulta la ética y la integridad de los funcionarios que decidieron renunciar, para no respaldar los actos deshonestos de su jefe.
*Psiquiatra.