El 11 de noviembre de 1811, un puñado de valientes cartageneros declararon solemnemente a Cartagena como Estado libre, soberano e independiente, jurando derramar hasta la última gota de sangre antes que faltar a tan sagrado compromiso. La independencia de Cartagena es tal vez el acontecimiento político más importante de la historia contemporánea de nuestro país.
Registros de los periódicos “La Época” y “El Porvenir” de principios del siglo XX, que reposan en los archivos del Museo Histórico de Cartagena, dan cuenta que los festejos se extendían por más de doce días y los programas oficiales de celebración incluían lectura del bando, sesión solemne para leer el acta de independencia, batallas de buscapiés frente al palacio de gobierno, retretas de bandas de música y bailes populares. Años más tarde, observamos cómo empezaron a introducirse una serie de prohibiciones en los festejos, en 1948, el Decreto No.240, expedido para la conmemoración del 137 aniversario de la independencia dispuso que quedaba “absolutamente prohibido” el uso de buscapiés y cohetes, así como de capuchones, máscaras, caretas y antifaces, por ser artefactos que dificultan la identidad de las personas.
Las prohibiciones influenciaron la celebración, las que aumentaron hasta llevar a la pérdida de elementos importantes para el festejo como el disfraz del capuchón. Hemos podido documentar, por lo menos, una veintena de decretos en el mismo sentido. Este año la administración distrital ha expedido el Decreto 1180, mediante el cual prohíbe la celebración de bandos, entendida esa categoría como el espacio de celebración callejera de los cartageneros, lo que me hace pensar que lo que por mucho tiempo han buscado las autoridades, por uno y otro motivo, ha sido restringir los festejos patrios. Desde mi forma de ver las cosas, darle la instrucción a la Policía de impedir “bandos” es abrir la posibilidad de enfrentamientos innecesarios entre ciudadanos y la autoridad.
Lo anterior me lleva a proponer la insurrección de la alegría, un levantamiento ciudadano de entusiasmo para celebrar la insigne fecha por mil títulos gloriosa en los anales patrios, nada más justo que celebrar la vida cuando por motivos de la innombrable enfermedad han partido de nuestro lado cercanos amigos y familiares. Celebremos en las terrazas, patios o balcones, en el pretil, con responsabilidad, pero celebremos. Será que nuestras autoridades no han entendido que las fiestas son una oportunidad de reactivación económica y social, como en otras ciudades promueven sus ferias y carnavales como una oportunidad para salir adelante y aquí las restringimos. O será que detrás de la represiva prohibición se esconde el desconocimiento de nuestra historia o la incapacidad para organizar y controlar a los ciudadanos.