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La ética de la verdad

La verdad navega por dos vertientes en el flujo de la tradición filosófica occidental. En una, la verdad es la principal virtud de los sistemas de pensamiento, así como la justicia es la principal virtud de las instituciones sociales. En otra, la verdad es un producto de las instituciones sociales, y por lo tanto está siempre determinada por los regímenes de poder que estructuran los sistemas de pensamiento.

Desde esta perspectiva, hay dos modos de ver la ciencia, que es el arte mediante el cual se busca la verdad.

Por un lado, están quienes defienden una concepción políticamente aséptica de la ciencia (ejemplificada por una reciente columna de Moisés Wasserman); y, por otro, están quienes defienden una concepción irremediablemente política de la razón y el saber (ejemplificada en la respuesta de Arturo Escobar). Las dos son concepciones equívocas.

Sí es posible alcanzar la verdad, pero sólo en la medida en que los sistemas de pensamiento incorporen diversas voces y visiones del mundo con igual acceso, tanto a los productos del conocimiento, como a las prácticas colectivas de su producción.

Esta idea de la verdad, el conocimiento y la ciencia no implica que debamos adoptar una actitud de “todo vale”. Más bien nos invita a asumir una postura de pluralismo cognitivo: el reconocimiento de que el mundo puede ser explicado desde diversos juegos de lenguaje no implica el abandono de la construcción de acuerdos colectivos sobre los estándares de veracidad de las aseveraciones que postulan.

¿Cómo se logra esto en la práctica?

Se logra mediante la estructuración de instituciones sociales y políticas que con seriedad y responsabilidad asuman y materialicen estos valores epistémicos. Así lo han hecho en Colombia la Comisión de la Verdad al escuchar miles de memorias diversas en la producción de su informe final y el Sistema Integral para la Paz, que ofrece, como otro ejemplo interesante de construcción social de la verdad, las audiencias públicas de reconocimiento de responsabilidades llevadas a cabo por la Jurisdicción Especial de Paz (JEP).

Sólo podemos alcanzar la verdad en la medida en que nunca creamos que la poseemos. De ahí la insistencia en que documentos tan valiosos como dicho informe no se asuman como puntos finales, sino abordados como puntos de partida de una amplia, plural y profunda deliberación.

Para una comunidad política que intenta construir una verdadera democracia sobre las cenizas de sus profundos dolores esa es hoy la principal deuda ética que tenemos con nosotros mismos.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

*Profesor del Programa de Ciencia Política y RR. II., UTB.

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