Honestidad e incapacidad caracterizan la gestión de William Dau como alcalde de Cartagena desde enero de 2021. Lo eligieron con el 29.07% de los votos y con el menor gasto en la historia local de campañas. Su programa llano y único fue la promesa de barrer con los malandrines, bajo la premisa de que todo el mundo en la administración pública era corrupto. Y, en efecto, en Cartagena se había entronizado la corrupción de alcaldes electos, con excepciones como la recién absuelta Judith Pinedo.
Dau ha cumplido su promesa: los escándalos han estado ausentes en su sobria administración. Punto a su favor. La contraparte de su desconfianza, empero, ha sido el inmovilismo. Por impedir que roben, no ha hecho nada. La ciudad ha pospuesto obras y programas. Se señala, como ejemplo, el gran proyecto para paliar el cambio climático, que venía de muy atrás y quedó en suspenso. Solo se echó a andar después de injustificadas demoras. Iniciativas de progreso urbano, grandes y pequeñas, han sido engavetadas por miedo a decidir. Entre ellas, derribar el edificio Aquarela, que pone en peligro la acreditación Unesco de la ciudad.
El recelo contra decisiones es más doloroso porque Cartagena está nadando en oro. No solo el probo antecesor de Dau legó amplias reservas de tesorería, sino que el ICA se ha convertido en la proverbial gallina. Por el excepcional desempeño de Reficar, la ciudad está recibiendo con ese impuesto lo que nunca en su historia. La Secretaría de Hacienda no tiene sino que sentarse a contar billete. No es, por lo tanto, falta de dinero. El freno rechina por la incapacidad que titulan estas líneas.
La administración de Dau no pudo contar con gentes experimentadas desde el principio (salvo algunos importados). Se desconfiaba. El alcalde optó más bien por atraer a quienes nunca hubiesen ocupado un cargo público, y encontró un filón en la izquierda virgen, desde siempre ausente del poder en Cartagena. El resultado ha sido un monumental despelote. Casi nadie conocía el oficio. La rotación en el gabinete ha sido un Tío Vivo, con destituciones y renuncias a tutiplén. Y como casi nadie sabía, casi nadie se atrevió. Y como no se atrevían, no decidieron. Y como no han decidido, poco se ha hecho. Mientras tanto, tenderos, constructores, industriales y los pobres desesperan.
El alcalde Dau llegó al poder sin antecedente reconocible para administrar una ciudad tan compleja como Cartagena. El ser abogado y valeroso especialista en arremeter contra molinos de viento no se los daba. Pero en eso está Colombia: miles piensan que presidir una Alcaldía es mango bajito. Por todas partes aspiran sin las calidades. En Cartagena, ya son 25 los candidatos esperando octubre. Y así, los barrios y el Centro turístico andan manga por hombro, administrados por un incapaz: desaliñada, “desvigilada”, “desgobernada”; enseñoreada por el vicio y entregada a los delincuentes. El escaso quehacer previo perdió a Cartagena en 1697, recordaba su defensor, don Sancho Jimeno.