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Fútbol y sociedad

Uno no sabe en qué momento el arte de meter la pelotica dentro de una gran cancha en su red, nos ha causado tanta pasión. El respeto por el fútbol a nivel global solo puede compararse con el de las religiones. La FIFA tiene más de 200 naciones miembros y si sumamos la población de cada una de ellas, aún solo la que gusta del deporte, podría considerarse como el movimiento no político más poderoso de la humanidad.

Pero hay que reconocer que muchas de las reglas del fútbol son contradictorias, subjetivas y abiertas a la trampa. Por ejemplo, para que el balón se considere fuera de banda o gol, tiene que haber traspasado completamente la línea divisoria; no ocurre así con el bendito fuera de lugar, que por una uña llega a anular una jugada decisiva. Además, ante un inminente fuera de lugar, la jugada debe continuar hasta el final para que el juez de línea la anule, lo que solo contribuye a aumentar la ilusión y la protesta. Las faltas se cobran por su intensidad, lo cual muchas veces depende de las cualidades teatreales del afectado; las tarjetas amarilla y roja se muestran sin un patrón claro, como sería por un conteo de faltas del mismo jugador o sobre el mismo jugador. Y ni hablar del VAR, ese montón de cámaras vigiladas por un número impar de expertos escondidos en algún lugar que, en presencia de algunas dudas permitidas, son consultadas; el equipo afectado no tiene la oportunidad de reclamar revisión, como ocurre en el tenis, béisbol o baloncesto. Las trampas se aumentan hacia el final del juego si uno de los equipos está contento con el resultado, lo que repercute en la calidad del espectáculo. La nueva moda en las faltas es apuntar con máxima potencia al pie del contrincante, sin importar si lo dejará lisiado de por vida, o peor aún, largar un manotazo con uña y todo a algún sitio entre la garganta y los ojos del enemigo. Los diálogos y las discusiones, entre árbitros y jugadores se dan con mayor frecuencia que en el Congreso de nuestra República. Los empujones, y otras intimidaciones son permitidos antes y durante el cobro de un tiro de esquina, y los árbitros se limitan a lanzar advertencias a los jugadores sin llegar al extremo de tomar una decisión.

A veces me asalta la reflexión de cuán parecida es la sociedad moderna al fútbol, y si esa similitud en comportamiento y reglas poco claras es la razón más fuerte por la que nos atrae tanto. Pero más interés me causa la tremenda posibilidad que tuviera la FIFA de cambiar algunas de nuestras más vergonzosas costumbres como sociedad, aprovechando sus incontables seguidores. Si lo malo del fútbol es un reflejo de la sociedad, quizás haciendo del fútbol un deporte más nítido y objetivo pudiéramos construir una sociedad más justa y transparente.

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