“Si alguien tuviera para conmigo sentimientos de benevolencia, yo se los devolvería centuplicados; con que existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad”.
(Frankestein. Mary Shelley)
¡Para los Frankestein del mundo... para ellos y para ellas, benevolencia, siempre benevolencia!
¿Qué es eso que se cocina al cerrar las puertas, al interior de las aulas de clases, en el silencio de las habitaciones, de las casas, de los lugares escondidos en el recóndito lugar de las verdaderas intenciones?; ¿qué es eso que se esconde detrás del telón de las apariencias, mostrando tantas máscaras y tan pocas caras?; ¿de qué material están hechos los afectos y las relaciones, de qué color son las ilusiones?; ¿qué sabor tienen las tristezas?, ¿qué olor tienen las esperanzas?
¿Cómo se construye humanidad?, ¿cómo se hacen los monstruos?, ¿qué ingredientes se requieren para construir a Frankestein?, ¿dónde están estas creaciones hechas de miseria, de la peor porción de la vida, de mezquindad, de lo que no se pudo ofrecer, elaborados con lo que sobró del día, con el ultimo ápice de conciencia?
Un adolescente con rabia es un adolescente que ha caminado en el dolor de la distancia, del desamor, del desarraigo, del abandono, de la soledad acompañada que aniquila, de la falta de otros y de otras que le miren en la comprensión y en el afecto, en la protección de la caricia, en la palabra que orienta y en el abrazo que consuela.
Paridos en un mundo ajeno a sus necesidades, que los reduce a ‘problemas’, una sociedad que olvidó encontrar la ternura de su edad, o una sociedad que nunca conoció cómo mirarles con piedad y acogerles en el seno de la dignidad. Exigidos como adultos, pero invisibles como niños, señalados como sujetos; pero callados como objetos. Entregados a la ‘escuela’, otro desacierto social que no ha encontrado la forma de salvar ni de salvarse a sí misma. Este otro sistema los expulsa, los somete, los infantiliza, los aleja de su propio desarrollo, los domina y los convierte.
Llenos de dolor y rabia, como Frankestein, devastando todo a su paso, pidiendo clemencia al mundo, para tal vez encontrar la piedad de un ciego que al no poder ver su fealdad, los saque del abismo de su desesperación. Sin saber de dónde vienen, ni para donde van, desorientados, sin encontrar al padre creador, careciendo de toda figura de amor, tropezando con la adversidad, transitan el camino de la autolesión o la externalización de su rabia en conductas antisociales, sobre ellos recae el peso de sus actos.
Lo que necesitan es ser comprendidos, amados, abrazados; para apagar el fuego de su dolor o de su rabia es necesario abandonar las vías de la violencia y las formas punitivas que son usadas en los sistemas sociales (familia, escuela, sociedad, justicia), para el control y para el castigo de la conducta. Lo único que se logra es aumentar su rabia y su dolor.
Seamos hoy y siempre ese único ser que estas criaturas fantásticas requieren para repararse e “incorporarse a la cadena de existencia y sucesos de la cual ahora quedan excluidos”.
*PhD ©
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