Hace casi 100 años había una encendida controversia en el “Círculo de Viena”, una prestigiosa asociación de filósofos. En contraposición, Karl Popper planteó que, ante un problema o una pregunta de investigación, era necesario contrastarla, intentar refutarla y establecer su falsedad. A esta corriente se denominó falsacionismo.
Popper, en su libro “la lógica de la investigación científica”, prefirió denominarla “racionalismo crítico”. Un día como hoy, en 1902, nació Popper, creador del falsacionismo, uno de los pilares del método científico. Afirmaba que la ciencia debe formular preguntas e hipótesis y luego rebatirlas o confirmarlas.
Como nunca, la pandemia nos enfrentó al inmediatista tsunami de las redes sociales, a ideas novedosas, algunas provocadoras y plausibles y otras, muchas, tan absurdas como peligrosas. La COVI ha mostrado los riesgos de aceptar conjeturas sin someterlas antes al rigor de una evaluación científica.
Hay varias lecciones de Popper para el futuro: las conjeturas provienen de observaciones con alto riesgo de errores. Las teorías pueden ser corroboradas o rebatidas por estudios clínicos. Por ejemplo, a comienzos de la COVID se sugirió que la hidroxicloroquina, pócimas, vitaminas, menjurjes y otra larga lista de etcéteras podrían servir. El mundo entero empleó, y algunos aún los usan, sin esperar a que la ciencia demostrara, como lo demostró, que no funcionan y, peor aún, que hacen daño. Inclusive algunas publicaciones, que inicialmente apoyaron su uso, debieron retirarse por ser falsas.
El falsacionismo es un concepto binario: una idea es o no es cierta. Sin embargo, el mundo real es más complejo: un tratamiento puede ser eficaz en algunas condiciones y en otras no. La dexametasona, por ejemplo, reduce 11,7% la mortalidad en pacientes intubados. En aquellos que reciben oxígeno la reducción es, tan solo, del 3,5%. Sin embargo, en COVI leve no genera beneficios y puede aumentar la mortalidad.
Ni qué hablar de las vacunas. Agradecidos por la acelerada y eficiente respuesta de la ciencia, que nos dio una cura eficaz y segura, debimos ya estar todos vacunados. Así habríamos convertido la COVI en una vulgar gripa. Sin embargo, absurdas teorías de conspiración lo han impedido. Así, el 30 a 40% del mundo cuestiona las vacunas desconociendo evidencia contundente y poniéndonos a todos en riesgo.
Esperemos que las futuras generaciones, al mirar hacia atrás, hacia nosotros, nos juzguen con benevolencia. Ya lo dijo Machado y lo cantó Serrat: “Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
*https://link.springer.com/content/pdf/10.1007/s00134-021-06432-z.pdf
*Profesor Universidad de Cartagena.