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Ética política

Como en estas elecciones hemos visto a los candidatos presidenciales proclamarse adalides de ciertos principios, pero quebrarlos en sus actos y campañas, estos días abundan discusiones en torno a la ética de la política. Esto es vital porque, como dice la filósofa Hanna Pitkin, el punto de la argumentación moral no es necesariamente ponernos de acuerdo sobre una conclusión, sino clarificar mutuamente nuestras respectivas posiciones.

Infortunadamente, pareciera que no estamos dispuestos a reconocernos a nosotros mismos como portadores de miradas y apreciaciones siempre incompletas y parciales sobre los asuntos del mundo que compartimos con millones de personas diferentes. Pareciera que solo asumiéramos que los demás deben percibir, sentir y pensar igual que nosotros. Nos despachamos con juicios que no consideran adecuadamente la dignidad y la diferencia del otro sobre lo que, en este ambiente moralmente hostil, cada uno medio se atreve a decir.

La calidad deliberativa de la esfera pública también se afecta negativamente cuando nuestros juicios dejan de depender de la razón y de nuestras mejores emociones, y se someten a la ciega pasión de las identidades políticas en las que decidimos primero qué queremos creer y luego descartamos (y atacamos) toda evidencia y argumento que ponga en duda nuestras creencias.

De ahí que, cuando se ven confrontadas por apreciaciones morales que les resultan inconvenientes a sus líderes o candidatos, haya personas que reaccionan con juegos de lenguaje que eluden y quiebran la argumentación, y que se expresan en frases de punto final tipo “eso no es ilegal”, “eso está bien”, “eso no fue así” o “así son las cosas”. ¿El fin justifica los medios?

Ojalá pronto caiga también en desuso esa estrategia de esquivar las críticas sobre la ética, no con contraargumentos, sino aduciendo supuestas pretensiones de pureza moral o tildando de moralista a quien las formula.

La deliberación pública, reflexiva y considerada sobre la ética de la política es vital, porque quienes se dedican a la política compiten por ser las personas que deciden cómo se usan nuestros recursos públicos y son quienes deben proteger nuestros derechos, empezando por nuestro derecho a la vida y a la dignidad. En las arenas políticas definimos qué es justo y qué es injusto, qué tan libres somos, cuán solidarios queremos ser. La política define la ética pública.

Pero más aún, nuestros dirigentes deben ser los faros morales de la sociedad; sus transgresiones éticas acarrean con gravedad el riesgo de irradiar licencia moral.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

*Profesor del Programa de Ciencia Política

y Relaciones Internacionales, UTB.

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