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En Cartagena lo icónico se va al limbo

En esta ciudad aún hay personas que se ubican tomando como puntos de referencia a ciertos lugares incrustados en los corazones cartageneros, pero que ya no existen. En el centro, el Magali Paris de La Matuna y el Ley perviven bajo ese imaginario; como en otros sectores lo son el Reloj Floral o la Roan. Lugares cargados de simbología emocional y de recuerdos nostálgicos que, entre procesos económicos o temas urbanísticos, desaparecieron y se fueron a la nada.

Esa dimensión del olvido que, muchas veces es coronada por un cartel de “Se Arrienda”, cobija a muchos sitios emblemáticos de la vida cartagenera de antaño. Un limbo compuesto por establecimientos como La Escollera, Cipote Mondongo, La Esquina Sandiegana o los quioscos sobre la bahía de Las Ánimas donde muchos jugos acompañaron atardeceres.

A veces, las añoranzas que abrazan la máxima de que “todo pasado fue mejor” nublan la realidad, afectando la percepción crítica necesaria para seguir adelante en armonía con la evolución natural de las cosas y de los entornos. Sin embargo, despierta tristeza cuando es la mano humana la que genera lo fatídico. Procesos que conllevan a que un sitio lleno de significados para la gente cierre sus puertas. Una degeneración evitable, controlable o negociable en pro del bienestar general.

Fueron los individuos y sus acciones los que degeneraron fiestas memorables como El Patial y el bando de San Diego, y las condenaron a su fin, dejando a muchos nostálgicos del desorden sano y del buscapié entre amigos con solo la alternativa del recuerdo.

Entre ventas, quiebras y reajustes financieros muchos de los sitios antes mencionados fueron condenados al purgatorio de la remembranza. Pero, por otro lado, por entramados bajo la mesa siguen ocurriendo situaciones que despiertan más preguntas que respuestas para la gente. Personas que se aferran, en medio de la desazón, a la fe de que haya una salida insospechada. Este es el caso de la bomba ‘El Limbo’ en la entrada de Bocagrande, un sitio icónico que ya tiene fecha de cierre, desconcertando a todos los usuarios de los múltiples servicios que prestan hace medio siglo.

No solo es la tradición relacionada a sus 53 años de servicio, ni la cantidad de experiencias y vivencias con un perro caliente en la mano en esas madrugadas de Tiger Market. No, el tema conmociona mucho más cuando 38 personas pierden un empleo estable por los tejemanejes del Estado y La Armada Nacional (propietaria del predio) quienes ganaron el en tribunales el proceso jurídico a la firma que provee gasolina. Obligando al cierre de la estación de servicio manejada por una empresa familiar. Una familia que hoy busca soluciones, mientras anuncia con aflicción: los despidos, el combustible acabado y el remate de los productos del minimercado.

El clamor se ha reflejado en el apoyo de instituciones como Fenalco, peticiones de firmas ciudadanas, columnas de opinión y publicaciones en redes sociales de quienes ven más allá del servicio prestado por los establecimientos, y los encumbran por su significado social, emocional y anecdótico. Sitios icónicos que merecen mucho más que perecer como recuerdos o puntos de referencia inertes por la incerteza de los proyectos gubernamentales tan sombríos como inciertos.

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Es lamentable agregar al cordón de la incertidumbre del desempleo a 38 personas más. Por el traslado aletargado de una base o proyectos gubernamentales que no saltan del papel, no se puede seguir alimentando la pobreza en una ciudad declarada por el DANE como una de las peores en seguridad alimentaria, donde comer tres veces es un tema excluyente y un lujo, y que en ese devenir administrativo se cierren sitios que muchas veces sirven de escape al contexto problemático, y de esa manera son desterrados al limbo.

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