El historiador Jorge Conde Calderón en su trabajo sobre la participación política del pueblo en la independencia de Cartagena de Indias, nos relata que ante la propuesta de levantar las sesiones de la Junta sin resolver la declaración sobre el tipo de vínculo que debía mantenerse con las autoridades que representaban a la corona española, desde Getsemaní una muchedumbre encabezada por dirigentes populares, luego de asaltar la Sala de Armas, localizada en la Plaza de la Aduana, se dirigió al lugar de sesiones, en una de las salas de la Gobernación, adonde penetró enfurecida. Era la muchedumbre armada y respaldada por el batallón patriota Lanceros de Getsemaní, al frente del cual estaba Pedro Romero, que en medio de gritos y amenazas terminó apostada frente a la Gobernación obligando a la aprobación de la declaratoria de independencia absoluta de España.
Mañana se cumplen 210 años de ese movimiento popular en Cartagena que aspiró a imponer el principio de individuos iguales bajo una misma ley en contra de quienes esperaban mantener las libertades y privilegios de los antiguos cuerpos de poder; una lucha que a pesar del paso del tiempo continúa debido a la existencia aun de cadenas de opresión como la corrupción, exclusión social, el hambre y la falta de continuidad de políticas públicas que aseguren el desarrollo humano de la mayoría de la población cartagenera.
Esos sueños por la igualdad y libertad de nuestros antepasados deben orientar a la ciudadanía, y todas sus organizaciones a recuperar ese gran espíritu cívico de los lanceros, rindiéndoles homenaje póstumo a sus memorias a través de la adopción de nuevos y mejores comportamientos que permitan la integración social en Cartagena como camino para una real y efectiva transformación de esta urbe, que facilite la superación del conciudadano y lo lleve a su realización personal.
Como Martin Luther King compartimos el sueño de que un día no muy lejano los cartageneros podamos sentarnos en una misma mesa, sin ninguna clase de distinciones para acordar acciones que solucionen los problemas sociales más sentidos, pero antes tenemos que reencontrarnos como personas en un abrazo fraterno donde no importen las razas, los colores, posiciones políticas, sociales, religiosas o económicas. Solo así podremos conformar una verdadera comunidad que potencie todas y cada una de sus vocaciones económicas para ponerlas al servicio de su gente. La integración social no es una utopía, es una necesidad y un reto en ciudades como la nuestra que en el pasado fueron escenarios de la esclavitud, mayor crueldad humana.
*P.U. Comunicación Social Periodismo. Especialista en Formación de Formadores.