A finales de los años ochenta, cuando iniciaba mis estudios de derecho, me encontré, en una clase de Criminología, en la facultad de Derecho de la Universidad de Cartagena, con un tema, que siempre ha sido, materia de debates académicos: ¿Existe incidencia directa entre el comportamiento delictivo de un individuo, con su conducta social y su herencia genética?
Me adentré en tres de los principales teorizantes de la llamada ESCUELA DEL DERECHO PENAL (POSITIVISMO Y CRIMINOLOGÍA): Lombroso, Ferri y Garófalo.
Ahora bien, en cuanto al comportamiento delictivo, Cesare Lombroso privilegiaba diversos factores de carácter biológico y de naturaleza sobre todo hereditaria; por otra parte, Garófalo acentuaba el papel de los factores psicológicos, y Enrico Ferri la influencia de los factores sociológicos.
Ubicándonos en los científicos contemporáneos como John C. Defries en su obra “Genética de la conducta”, señalan que: desde el punto de vista psicológico, es importante tener en cuenta el perfil hereditario de cada individuo a la hora de analizar la influencia del contexto social sobre el modelado de la personalidad y la conducta. Así, la confrontación entre natura y nurtura (estímulos proporcionados por el medio ambiente) podrá transformarse con el fin de comprender al individuo desde una perspectiva biopsicosocial integradora más fiel a la realidad.
Por otra parte, encontré en el libro “La herencia genética en la conducta humana” de Luis Orduña Lozano, interesantes estudios, los cuales permiten indicar que la influencia del entorno compartido sobre determinados rasgos de la personalidad es nula.
El entorno compartido incluye variables como la nacionalidad, el lugar de residencia o la institución escolar a la cual asiste un individuo, la influencia de las normas sociales y el estilo de crianza. Pero retomando el tema inicial, en cuanto a la incidencia en el comportamiento delictivo de un individuo de las variables, genética, ambiental o social, se debe incluir indefectiblemente la educación familiar como un aspecto esencial, que moldea, sana e incluso transforma al ser humano, expuesto a factores de vulnerabilidad.
Bajo mi experiencia de casi 10 años, como defensora pública dentro del Sistema de Responsabilidad Penal para adolescentes, pude percibir la total relación entre la ausencia de la “familia garante” con la comisión de delitos en jóvenes en conflicto con la ley penal.
Esta educación se debe centrar en valores éticos, morales y afectivos. Ni siquiera la escuela podría suplir estas ausencias, ya que la esencia de estas se centra en la transmisión de conocimientos y en la construcción de pensamientos investigativos y no en la construcción del ser.
*Abogada.