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El mal ejemplo

Es frecuente que se realicen protestas con insultos, interrumpiendo reuniones o expresiones soeces. El espectáculo deplorable en la instalación del Congreso el pasado 20 de julio, fue de antología; cuánta chabacanería; hay que darle altura al debate, a las investiduras, para generar respeto y eso no implica renunciar a convicciones. En la inteligencia del argumento y el buen ejemplo se debe basar el liderazgo deseado. Los jóvenes increpan a padres y profesores, desafiándolos o culpándolos con soberbia; alcaldes se refieren a sus contradictores de manera agresiva con epítetos groseros; el matoneo en las redes descalifica lanzando expresiones que inclusive ponen a progenitoras a la par de hembras caninas. Soy de los que disfruta un chiste “vulgar” hasta ahogarme, digo mis “plebedades”, pero me enseñaron en mi casa y el colegio, que ese lenguaje no debe expresarse en público y hay que tener sutileza para usarlo en algún texto, clase o declaración, porque una cosa es el vocabulario soez, maleducado y ofensivo y otra cosa es utilizar palabras necesarias para lograr que un mensaje llegue. El respeto por los mayores, saludar, ceder el puesto, tantas costumbres que aprendimos, con las que no se limitaba la capacidad de hablar, pero sí la forma de hacerlo para convivir en armonía. Las normas no son un invento para someter, son instrumentos para poder vivir en paz, por eso en las relaciones internacionales se establecen protocolos. La pobreza, la falta de formación académica no son excusa para las malas costumbres, desde niño conocí gente ignorante con mejor educación que algunos ilustrados que parecían una enciclopedia, pero roída por el comején. Hay hambre, hay rabia, ¿pero las vías de hecho y la agresividad que generan más violencia, son la solución? Gabriel García de Oro escribió en El País de España, en octubre de 2017, ¿Qué es la buena educación? Y decía que para ser educados hay que buscar la armonía interior. “Si no estamos contentos o nos creemos que nuestros problemas son más importantes que los del resto, difícilmente veremos lo que pasa a nuestro alrededor y, menos aún, nos preocupará cómo actuar de cara al exterior. El secreto de los buenos modales y su poder transformador es justamente ese: estar bien con uno mismo. Tratarnos con corrección para luego comportarnos así con el otro”. Citaba a Erasmo de Rotterdam y su De la urbanidad en las maneras de los niños en el siglo XVI, manifestando que “los ciudadanos del Renacimiento ya estaban muy interesados en todo lo relativo a la convivencia. Porque de eso se trata. De coexistir. Sobre todo de adaptarse y no imponer tus reglas”. Desde que se dejaron de enseñar la cívica y la urbanidad priman la mala educación y el mal ejemplo en los líderes. ¿Cuándo empezamos a enderezar la cultura ciudadana?

*Abogado y ejecutivo empresarial.

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