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El buen capitalismo

Stephen Schwarzman, hijo de inmigrantes austriacos que llegaron a Filadelfia hace más de un siglo, hizo sus mejores esfuerzos durante sus estudios universitarios para sobresalir entre un exigido grupo de estudiantes. Se especializó en el mundo de las finanzas y vivió aventuras de éxito y fracaso mientras obtenía experiencia, valentía, y credibilidad para luego él mismo, junto con otro socio crear uno de los fondos financieros más exitosos de todo el planeta. Con sus buenos oficios, personalidad energética y un cerebro lleno de ideas, logró montar en su negocio al gobierno de la China. En la medida que su fondo, y con él, las inversiones chinas fueron creciendo, Schwarzman apoyó proyectos de educación especializada en la economía global que permitieran preparar una nueva generación de ejecutivos capaces de traer entendimiento y razonabilidad a los convulsionados mercados. Uno podría decir que así devolvía Schwarzman obras trascendentes y de marcada influencia a los países que confiaron en sus conceptos de inversión.

No es el único. Conversando con locales de algunas ciudades que he visitado, he podido conocer sobre la vida y obras de personas poderosas que dejaron profundas huellas en el país que les dio las oportunidades. Por ejemplo, los Koch son venerados en el estado de Kansas y particularmente en Wichita, donde crearon universidades, museos y un sinnúmero de obras benéficas para la sociedad. Los Colliers, vecinos de Naples Florida, crearon uno de los museos de carros antiguos más famosos, además de avenidas y parques y empleo al adulto mayor. La rueda de riqueza que Walt Disney echó a andar sigue generando bienestar décadas después de fallecido. Ejemplos como estos abundan en todo el mundo para alimentar el buen capitalismo, aquel que sin que nadie lo pida ofrece de vuelta activos o servicios perdurables que benefician a la población y sirven de ejemplo a nuevas generaciones.

Son pocos los multimillonarios en nuestro país que han dejado beneficios que trascienden en la historia, pero no siempre se les puede culpar. Seguramente hay muchos deseando ser más activos en filantropía a pesar de los incrédulos, los incapaces y los envidiosos. También es posible que muchos se hayan desmotivado al recibir un mal trato, trabas y corruptelas, producto, entre otros males, de una no muy disimulada animadversión que tenemos en Colombia contra los ricos. No podemos espantar el buen capitalismo y la capacidad que tiene de regenerar y distribuir riqueza sin empobrecer a nadie.

Un Estado sano siempre debe promover el buen capitalismo y aliarse a él porque la historia, y el presente, demuestran que esa alianza funciona muy bien en equipo para satisfacer las urgentes necesidades de bienestar del futuro.

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