En todo humano existe una información genética para la supervivencia, que en determinadas circunstancias lo vuelve insolidario, individualista y agresivo. Sin embargo, en el proceso evolutivo han aparecido mecanismos biológicos (la sonrisa –presente solo en humanos– favoreció la empatía) y culturales (religión, mitos, artes) que moderan estos impulsos primitivos y debilitan comportamientos que afecta al cuerpo social o al individuo.
Nuestro cerebro se formó cuando éramos nómadas recolectores y cazadores agrupados en pequeñas tribus. Por aquella época, solo se compartían las cosas aleatorias (un animal grande), con la expectativa de una retribución igual en el futuro; pero si lo conseguido dependía del esfuerzo personal y no de la suerte (frutos o animales pequeños), no sucedía lo mismo.
El “determinismo cultural” ha pretendido moldear la naturaleza humana con fundamento en narrativas colectivistas e igualitarias, al igual que el “determinismo biológico” moldear la sociedad desde la retórica individualista y libertaria. Algunos filósofos sostienen que el humano es ventajista o egoísta (Hobbes, Maquiavelo); otros, lo contrario: solidario y altruista (Locke, Rousseau, Marx).
La tesis más aceptada es que somos una especie de ambos. Hay condicionamientos biológicos que nos predisponen a actuar de cierta manera ante ciertas situaciones y, a su vez, aquellas prácticas y reglas sociales que contribuyen a la supervivencia -sostuvo Darwin- se codifican y se convierten en información genética.
En el libro ‘Los ángeles que llevamos dentro’, Steven Pinker sostiene que hoy existe un declive serio de la violencia y la agresividad, como consecuencia de cinco factores que han surgido con la Modernidad: la creación del Estado y el poder punitivo o disuasivo (castigo); el comercio, que incita a intercambiar con el otro, al diálogo y el entendimiento racional; el empoderamiento de las mujeres, que conduce a una feminización de la sociedad; el cosmopolitismo, que al ponernos en contacto con otras culturas nos exige comprenderlas y familiarizarnos con ellas; finalmente, el acceso al conocimiento, que nos libera de la ignorancia y nos permite comprender el mundo de una manera adecuada.
Yo agregaría: la educación. Freire dijo: “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiarlo”. Y las cambia cuando se fortalecen los procesos institucionales (calidad, cobertura, eficiencia), se garantiza el derecho (gratuidad), se tiene una política pública coherente en ciencia y tecnología; pero, fundamentalmente, cuando la educación no prioriza solo la transmisión de conocimiento (matemáticas, lenguaje, ciencias), sino también la formación humana, esto es, los procesos psicoafectivo y socioemocional, la empatía, la cooperación y valores que promuevan la vida, la dignidad, la igualdad, las diferencias, las libertades y la autonomía personal.
*Profesor Universitario.