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El aguacate

La ciencia lo llama Persea americana. Dicen que se le llamó Persea por la pepa, tan petrea como congresista colombiano para bajarse el sueldo o tan dura como una piedra. Perseo decapitó a Medusa, ese ser maligno del inframundo que convertía en estatua de piedra a quienes la miraban a los ojos.

El aguacate es más americano y antiguo que nuestros ancestros indígenas. Dicen los expertos que se requieren ocho años para que un árbol sea productivo. Mentes malévolas lo comparan con nuestros congresistas, alcaldes y presidentes que luego de décadas ni un fruto o una ley han producido.

Las alturas del árbol en promedio es 10 metros, pero los más privilegiados llegan a 20 metros. Igual que algunos de nuestros mandatarios que levitan varios metros por encima del suelo.

La leyenda urbana dice que el aguacate mejora el colesterol, los niveles de azúcar en sangre, acaba la artritis y facilita la digestión. Mal pensados lo equiparan con las cajas de resonancia de algunos políticos en campaña que afirman curar todos los males de la patria y va uno a ver y no hay tal.

Luego de más de 10.000 años de consumir aguacate todo parecería estar dicho. Para mí el mayor misterio en la vida es saber que un aguacate está en su punto para consumir. Sin embargo, los negativistas de siempre se preguntan por qué nuestros políticos hacen como presidentes lo que criticaron como candidatos y cuestionan como expresidentes lo mismo que hicieron o dejaron de hacer. Yo por eso admiro a aquellas matronas que, enfrentadas a una pila de aguacates, escogen dos y con solo palparlo saben cuál llevar. Yo nunca he podido, la incertidumbre me arrasa y, tan voluble como congresista escogiendo contralor, pienso en uno, escojo aquel y termino llevando otro. Con las resultas que unos están duros de lo verdes y otros con manchas de lo dañados. La decepción es tan grande como cuando uno vota por un candidato y lo defrauda como presidente.

El aguacate verde se puede madurar envolviéndolo en periódicos unos días. Genios malévolos de la comunicación han hecho lo mismo con candidatos y políticos con estruendosos fracasos que todos, la patria incluida, hemos terminado pagando. Los grandes maestros culinarios usan el aguacate según como esté: tan simple como un sancocho o restregado en un pan o arepa; tan eficiente como un guacamole y tan sofisticado como un jugo o un sushi. Almas perversas afirman que con los políticos no es igual; así, el que no fue buen alcalde nunca podrá ser reciclado como presidente. Muchos dirán que estoy siendo muy cositero, y que al final no interesa cómo se vea sino cómo resulte el aguacate, pero ya lo decía Maquiavelo: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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