Las universidades deben estar dispuestas a garantizar el derecho a una educación con calidad y equidad. Esto implica conocer e implementar el modelo de inclusión propuesto por el Ministerio de Educación Nacional (MEN) en 2015 y promover un mayor acceso a los grupos históricamente excluidos del sistema educativo: población en condición de discapacidad, grupos étnicos diversos, población víctima del conflicto armado y población habitante de fronteras.
No menos importantes son las diferencias individuales de los estudiantes, los diversos estilos y ritmos de aprendizaje, y necesidades específicas que requieren de un apoyo educativo diferenciado. Ya en 2015 Marifa Salceda y Alba Ibáñez afirmaban que el sistema de educación superior debe orientarse a “lograr una universidad más humanizada y humanizadora, que logre combinar su valor académico y profesionalizador con la responsabilidad social que le corresponde en la formación de una ciudadanía más inclusiva”.
Lograr este objetivo en un contexto universitario no solo requiere revisar y ajustar la cultura institucional para hacerla más inclusiva, sino también el proyecto educativo institucional, los recursos educativos y los ejes sustantivos complementarios de la educación superior, como la investigación y la proyección social. Por el rol que asumen los docentes en el proceso de enseñanza-aprendizaje, a esta lista se suman la docencia y la práctica docente, que deben apelar a los fundamentos de la pedagogía diferencial y la didáctica inclusiva para lograr los resultados esperados en todos los estudiantes.
Es necesario, entonces, que tanto su formación como sus competencias permitan a los docentes enfrentarse a los obstáculos que su labor suele involucrar en el marco de las diferencias de los estudiantes. Son retos que requieren del desarrollo de habilidades y destrezas que evolucionan continuamente y en sintonía con el sistema mismo; y que suelen encontrar un buen sostén en el uso de metodologías diversas que promueven la integración y normalización de los procesos, y en el desarrollo de competencias interculturales, valores democráticos, respeto a los derechos fundamentales, el reconocimiento del entorno educativo y el combate a todo tipo de discriminación.
Dicho de otra forma, mantener un diálogo abierto, recíproco, crítico y autocrítico, la innovación educativa, y las formas creativas de enseñanza y de procesos de aprendizaje, son clave en el desarrollo de competencias universitarias que no dejen por fuera a los más vulnerables.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.
*Profesor de la Facultad de Educación, UTB.