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Dos años después

Por estas calendas Cartagena recibía la primera paciente con COVID-19 casi en simultánea con la declaratoria de pandemia. Persiste la duda sobre si el SARS-CoV-2 se liberó, accidental o intencionalmente en un laboratorio chino o apareció, como parece confirmarlo reciente evidencia, en Wuhan. Lo que sí está demostrado es que el conocimiento científico existente es, aún, incapaz de fabricar un virus.

Un mundo globalizado debió estar mejor preparado para una catástrofe anunciada. Tal vez así se habrían evitado las macabras tasas de desempleo, desabastecimiento e inflación y contrarrestado las desiguales y segregacionistas distribuciones de recursos y atención que ocasionaron una discriminatoria y vergonzante morbimortalidad. Experiencias como el SIDA debieron servir para haber organizado una distribución más igualitaria y oportuna de medicamentos y vacunas.

La pandemia dejó al desnudo nuestro paupérrimo sistema educativo. Debimos estar mejor en tecnologías. Las más recientes evaluaciones corroboran que estamos como estamos por la educación que tenemos. Pero, además, se hizo evidente la gran desigualdad entre instituciones públicas y privadas y el estigma de la ruralidad.

La inmediatez en la información y el impacto masivo de las redes sociales debieron servir para educar, comunicar y preparar. En contravía, muchas veces fueron cajas de resonancia para difundir terror, generar pánico y convertir mentiras en verdades.

Como nunca se demostró que elegir un buen mandatario hace la diferencia. En contrapeso con las homicidas experiencias con Bolsonaro, Trump, AMLO y Putin están las de algunos países de Asia y Oceanía. Con esto en mente es obligatorio votar bien el domingo. Puede haber opiniones diferentes, pero, tengo para mí que, con nuestro limitado sistema de salud, el ministro que nos tocó en suerte fue el mejor que pudimos haber tenido para manejar la pandemia. A nivel local y departamental la pandemia sirvió para mejorar la infraestructura del HUC y es de esperar que se concluyan, por fin, los centros de salud.

La pandemia debió enseñarnos, una vez más, que la muerte es lo único seguro y que la vida y la salud son bienes perecederos e invaluables. Muchos ilusos creímos que la COVID dejaría, como ganancia secundaria, una humanidad más humana. Craso error, más de 6 millones de fallecidos y más de 100 millones padeciendo el POST COVID y la resiliencia no parece estar en nuestro léxico. La cruda realidad es que la normalidad, probablemente, ya no será jamás pero el mundo sigue siendo el mismo, o peor. En fin, lo decía el filósofo de cabecera: “Y he sufrido en las subidas, he llorado en las bajadas, y he evitado caídas, en varias resbaladas”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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