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Diccionario del encierro

Brisas de abril. Más allá de la cárcel está el viento. Es un viajero que arrastra las nubes como equipajes de mano. Desde la ventana vemos sus ángeles grises, los truenos de contrabando, un pasaporte que tiene las páginas repletas de pájaros.

Mendigo en cuarentena. Habitante de la calle con su vaso de limosnas. El sucio de la tierra y su piel se han vuelto una misma cosa. Cuando llueve, el agua que baja del cielo es la moneda del mundo.

Prócer en un parque abandonado. Esta estatua de la independencia nada nos dice. Es tan falso su bronce. En su solapa cae la mierda de un pájaro, como una condecoración sarcástica del tiempo.

Entierros. Antes de surcar el río decisivo, a un ataúd lo arrastran las manos de viejos conocidos. Alguien ofrece una pala que para el difunto sirve de remo en las aguas de ultratumba. Si eso no ocurre el muerto se ahoga, porque el sepelio es un ritual colectivo entre el navegante y los navieros.

Muerte. La campesina universal que labra arrugas en tu cuerpo y siembra llantos amargos. Hacia el final de tus días no dudará para sacar su vieja hoz y recoger en tus pulmones su decadente cultivo de gastadas vigilias.

Turista. Hombre o mujer que busca la Tierra en un lugar exterior. Pregunta por la suya y la de los demás. Se equivoca, pues hoy las patrias sólo admiten los pies de la memoria.

Árbol genealógico. Ceiba de sangre. Naces en ella como un fruto entre hermanos, padres, tíos y primos. Tus mejores y peores momentos los vivirás colgando en esas ramas sanguíneas. Desde allí, si tienes suerte, podrás admirar a los pájaros y los llamarás a tu pulpa aunque tengas que sacrificar tus únicas semillas. Mientras, la luz del trópico profano dará fulgor a tus días. Esta ceiba familiar será el follaje de tu memoria, la hojarasca de recuerdos que saldrá a tu encuentro cuando tu carne perforada por los insectos de la noche huela a cáscara podrida.

Tiempo. Un carpintero sucio de sudor y aserrín. Ebanista de montañas y artesano inmortal. Tiene el overol raído y mugroso de épocas pasadas. Su gran problema es que la azuela con la que trabaja no desbasta a los hombres.

Ejecución floral. Afuera, en los campos solitarios donde alguna vez se paseó la humanidad, el viento, dulce verdugo, decapita dientes de león.

Apocalipsis. Banda sonora de los últimos días. Consta de siete trompetas porque el mundo se debe acabar con un jazz o una pachanga de ángeles.

*Escritor

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