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Democracia y equidad

La democracia que llevó a Gustavo Petro a la Presidencia de la República compendia una realidad social independiente del conjunto de reglas e instituciones con las que se la asocia. Se puede o no pensar que él es adecuado, pero quién puede negar que la igualdad y la equidad económica son de la esencia misma de la democracia que lo eligió. Si se entiende esto, por lo menos no se estará en el lugar inadecuado.

Colombia está acostumbrada a que la economía de mercado rija la producción y distribución de bienes y servicios. No le ha ido mal con el esquema. Ha pasado de ser un no-país al principio del siglo XX, a ser una sociedad en la que muchísimos participan del bienestar en algún grado, incluidos muchos informales (definición que no quiere decir destitución). Se ha ido, empero, perdiendo la carrera por incluir a muchos más, más rápidamente. Con Petro, la democracia que aborrece la desigualdad le ha dado voz a esa brecha.

De tanto repicar, se ha convertido en axioma que la desigualdad en Colombia está entre las mayores del mundo. No es cierto. Mediciones más sofisticadas que el burdo coeficiente de Gini, la ponen en rango mediano. Pero ello no es consuelo para el ritmo de la democracia del cambio. Y no es consuelo porque es incompatible con miseria sentida y disparidades de riqueza y estatus. Si la riqueza, aun con desigualdades, estuviese esparcida entre una multitud que vive sabroso, la multitud se encargaría de preservar la libertad y el buen gobierno. Es la consabida diferencia entre Dinamarca y la Cundi local.

La concentración de riqueza y poder es corrosiva, si bien apenas en época reciente se han explicitado las conexiones entre desigualdad, inequidad y democracia. Populistas a la caza de votos ha habido desde siempre, pero solo con la progresiva urbanización del país y la paz con la guerrilla marxista, se ha vislumbrado que el voto puede meter en cintura al establecimiento.

Ese es un estado de ánimo superior al populismo, que no reconoce que el país ha progresado mucho en esquemas de protección para el trabajo y apoyos para los de menores recursos. Las leyes se cumplen y los subsidios se otorgan. La desesperación de los excluidos es en realidad contra un sistema sin oportunidades. Y más aún si les bailan enfrente concentración de riqueza con escasa movilidad.

La España de don Sancho Jimeno, el valiente defensor del fuerte de San Luis de Bocachica en 1697, dejó la democracia atrás cuando Carlos V reprimió con dureza la rebelión Comunera (1520-22) de Juan de Padilla.

Don Sancho no tenía por qué entender que un país libre no consiste en el acaparamiento de lo disponible por una élite, sino en promover las oportunidades para que la gran mayoría pueda, a la vez que contribuir, beneficiarse del bienestar. La democracia que eligió a Petro es el camino, aunque no con la monserga marxista destructora de valor de tantos de sus colaboradores, y de él mismo.

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