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Del Viernes Santo a La Habana

Supongo que no fue difícil darle una forma a los diálogos de La Habana, una vez se estableció como referencia el Acuerdo del Viernes Santo. Supongo, también, que era lo apropiado para Colombia, dado el prestigio que tenía el proceso del Viernes Santo y la connotación de los principales interesados: el Reino Unido y el IRA; tanto por el prestigio del primero –uno de los países más civilizados del mundo–, como por la fama de violento del IRA –que no era del todo impopular en Irlanda–.

Fue un proceso complejo de más de un país, más de una década y más de un movimiento alzado en armas. De ahí se derivaron los conceptos que acogieron en el proceso de paz colombiano: justicia transicional, comisión de la verdad, reparación de víctimas, memoria histórica y reconciliación, e inclusive se tomaron expresiones como “paz estable y duradera” y “nada está negociado hasta que todo esté negociado”. Acordaron los términos de la entrega de armas, el cese de la violencia, la libertad de los presos; lo normal en un proceso de paz. Y llegaron a esto bajo el entendido de que había una imposibilidad militar de victoria; de ambas partes. Adicionalmente, concertaron cambios institucionales, cesiones de soberanía e intercambio entre las dos Irlandas, modificación en el nombre del Reino Unido y reformas en la policía.

El Estado colombiano, en cambio, puso desde el principio una cortapisa para las negociaciones con las Farc: no se negociaba la economía ni la soberanía, ni las instituciones; lo cual ponía una mirada de negación a los siete puntos inamovibles de las Farc en el Caguán. Y aunque las partes sabían que ninguno tendría una victoria militar, pues las Farc no se iban a tomar el Palacio y el Estado no iba a obliterar a la guerrilla en la selva, sí fue una dura claudicación para las Farc.

Por eso, afortunadamente, la negociación con las Farc se concentró en el lado de la justicia, la memoria y la reparación; uno podría decir que el Acuerdo del Viernes Santo está enfocado en el futuro, mientras que el de La Habana está concentrado en el pasado. Y claro, están los puntos de toda negociación de paz, como la libertad para los integrantes de las Farc -para todos-, como sucedió con el IRA, las 10 curules sin voto en el Congreso (ponderadamente es el 3.75%), en fin, sapos que nos tenemos que tragar.

El de La Habana es el acuerdo de un Estado maduro, generoso, que mira la guerrilla con condescendencia y le dice: nuestras instituciones te acogen y te perdonan, y hasta aceptan cierta culpa, porque en sí mismas funcionan y son robustas.

Fue un buen negocio: no aceptarlo es desconocer la diferencia entre Gobierno y Estado, o no querer revisar la historia; o ambos.

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