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Del negro al verde

El carbón ha sido considerado el chico malo del medioambiente en las últimas décadas. Su contaminación se produce durante la combustión y aunque existe tecnología para minimizar los gases efecto invernadero, todavía no es suficiente para que los ambientalistas le den una segunda oportunidad. En Europa particularmente fueron muy firmes contra el carbón colombiano, gravando con altos impuestos su importación hasta el punto que fue casi borrado del mapa energético europeo, en preferencia del carbón ruso, que fue el gran beneficiado de los regaños de Greta.

Como Colombia produce carbón existe la creencia general de que el país lo consume para satisfacer su demanda de energía. En realidad, más del 65% de la energía que consumimos proviene del agua limpia y renovable. El resto está compuesto principalmente por gas natural, y solo un pequeño porcentaje corresponde a plantas a base de carbón. Esto hace que la matriz energética de Colombia, según Alcogen, sea la sexta más limpia del planeta, pero no se qué tanto se ha vendido esta verdad en el contexto global. Y nada de eso es importado, son recursos nuestros.

Cualquier gobernante que argumente que va a frenar nuestras plantas térmicas que funcionan a carbón, está hablando de una mínima parte que poco impacta en la sumatoria global de los gases tipo invernadero. Lo que sí ocurre en caso de que el carbón sea excluido de nuestro sistema económico, es que miles de trabajadores quedarían en el aire sin un sustento digno con el que intentan, con su propio esfuerzo, abrirse paso por el mundo y cerrar brechas de inequidad. Los empleos que genera la industria del carbón y su minería legal, son empleos de calidad, con salarios y beneficios por encima de la media nacional, lo que a su vez irriga en el bienestar de las comunidades de múltiples maneras. Los impuestos locales y las regalías que paga la extracción de la piedra negra, también ayudan a financiar importantes proyectos sociales.

Todos los países deben demostrar su contribución para minimizar o ralentizar el cambio climático, pero uno esperaría que aquellos que más contaminan contribuyan mucho más. Ahora Colombia está embarcada en la ilusión del viento y el sol sin pensar todavía en los costos de mantenimiento ni en la factura al consumidor final, y los políticos locales hablan de estas tecnologías como si el país fuera una sucia chimenea, en vez de concentrarse en cómo construir calles confiables para los futuros carros eléctricos, y autopistas mejor conectadas para acelerar la movilidad de personas y cargas. También han inventado que el carbón es peor que la cocaína, supongo es un sucio intento por señalarle a los mineros que vayan renunciando a sus beneficios para convertirse en campesinos cultivadores de la mata que mata.

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