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¿Cuál es nuestro problema?

Quizás el más importante legado de la modernidad europea sea aquella idea de que el hombre posee una condición dual. Por una parte, es un trozo de naturaleza sometido a la necesidad y la inexorabilidad de las leyes bioquímicas, físicas o genéticas; por otra, un ser –dijo Sartre– “condenado a la libertad”, si se quiere, un ser moral y racional que tiene la posibilidad de autogobernarse y ser el responsable y guía de sus acciones (necesitamos alimentarnos, pero podemos decidir cómo, cuándo y en qué forma lo hacemos).

Kant sugirió que podemos entender la libertad como liberación de nuestras inclinaciones y pasiones naturales, sin sujeción a regla alguna, lo cual conduce -sostiene- a la anarquía social o, incluso, a la autoaniquilación del individuo; o entenderla como autonomía ordenada y reglada socialmente. Por tanto, nos aislamos y perecemos, o nos asociamos, formamos parte de una comunidad y cooperamos mediados por reglas sociales.

Esto último ha constituido la gran “aporía” de la aventura humana. Por un lado, necesitamos de la comunidad para sobrevivir y reproducirnos como especie, para ello, debemos pagar el precio de limitar nuestras iniciativas y acciones individuales y someternos a las reglas sociales (etiqueta, morales, estéticas y legales); por otro, queremos desarrollar nuestros infinitos deseos y potencialidades personales y, en ocasiones, -cuando, por ejemplo, experimentamos ira o pasión- darles rienda suelta a nuestros impulsos básicos más primitivos.

El florecimiento humano exige armonizar la anterior tensión. Las civilizaciones que lo han logrado, en primer lugar, han podido dar con una narrativa cultural (educación, religión, filosofía, ciencia) idónea para domesticar la naturaleza humana, evitar que broten los impulsos primitivos autodestructivos y fomentar el autodominio; en segundo lugar, han consolidado creencias compartidas adecuadas -sobre la creación y distribución de la riqueza- y han podido conciliar las expectativas materiales del individuo (egoísta-racional) y sus deberes de solidaridad y cooperación social; en tercer lugar, han inventado un relato ideológico lo suficientemente persuasivo para armonizar los valores más importantes de una sociedad justa: igualdad, libertad, dignidad y autonomía personal; finalmente, han establecido reglas sociales legítimas (aceptabilidad) y eficaces (cumplimiento) para garantizar lo anterior.

¿Cuál es nuestro problema? Que no hemos dado con la narrativa económica o ideológica adecuada y, por eso, nuestras reglas sociales gozan de poca legitimidad social, o cuando se consideran legítimas, su cumplimiento es bajo (Ej. las reglas de tránsito). Sumado a lo anterior, el hedonismo y el consumismo del capitalismo cultural – que es un problema global - está debilitando los hábitos de autodominio en los niños y jóvenes. ¿Qué hacer? No es fácil, pero próximamente intentaré exponer algunas salidas.

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