El nombre de esta columna es una frase de Sidney Justin Harris, periodista norteamericano de origen inglés, que se caracterizó por su férrea defensa de la Educación, la libertad, y en especial, por los derechos de las mujeres y la comunidad afroamericana.
Retrotraigo la frase de Justin Harris, dada mi condición de educador y la incidencia que ha tenido el momento excepcional originado por la emergencia sanitaria, en la educación, y particularmente en la escuela, por el profundo impacto en los procesos académicos que ha ocasionado la prolongada ausencia de sus inquilinos naturales, desde lo emocional, quienes han experimentado un extrañamiento de dimensiones incalculables, casi comparable con la pérdida de un ser humano cercano.
Alrededor de 1.600 millones de niños en el mundo dejaron de ir a la escuela y los pocos que asistieron, lo hicieron imbuidos de la más profunda incertidumbre de los últimos 100 años, donde lo predecible se volvió impredecible.
Pero más allá de la imperiosa y real necesidad de volver a la presencialidad para que la escuela sea lo que tiene que ser, un lugar para encontrarse, como lo desean y lo ha decidido la comunidad educativa, y particularmente los maestros y los estudiantes, hoy de nuevo estamos en vilo por la aparición de la variante ómicron, que está azotando a gran parte de Europa, haciendo necesario la restricción de la actividad social y económica de gran parte de los países de esa región, ante lo cual nos preguntamos, parafraseando al prestante educador y consultor en educación para América Latina, doctor Julián De Zubiría: ¿A qué escuela volveremos?, y agregamos: ¿A qué escuela queremos volver?
Sería inadmisible e inverosímil volver a la misma escuela que dejamos, una escuela desvencijada, desfinanciada, sin conectividad y sin PAE universal, sin un plan de choque emocional, poco o nada atractiva en términos de posibilidades reales y no alineada o alejada con los Objetivos del Desarrollo Sostenible.
La escuela a la que queremos y debemos volver es por el contrario una escuela activa, dinámica, financiada, pertinente para el encuentro fértil, con un currículo discutido y flexible construido colectivamente desde una concepción antropológica, cultural y humanista que privilegie sin ambages la vida digna, que desemboque en la construcción de un hombre y una mujer nuevo o nueva, que piense, discuta y se comunique.
Una escuela que propicie una educación y una enseñanza, cuyo principal propósito sea ‘convertir espejos en ventanas’, ventanas para ver desde el pensar, o desde la apropiación del conocimiento, sino desde su construcción, su crítica y desde una pedagogía dialogante, que priorice la comunicación como eje articulador de su dinámica social.
La enseñanza tiene que ser necesariamente un acto de felicidad.
*Rector Institución Educativa Soledad Acosta de Samper.