Cartagena es la esponja social de Colombia. Acoge a muchos desplazados de nuestro país, tal vez por la fachada turística y las postales perfectas. Pero detrás de esta percepción se encuentra una realidad invisible y poderosa. Nos convertimos en refugio para aquellos que, afectados por el conflicto y la violencia, buscan nuevas oportunidades en esta tierra acogedora.
La belleza arquitectónica y el encanto histórico son la punta del iceberg. Bajo esta superficie, la ciudad presenta un crisol de culturas, en donde personas de diferentes regiones y tradiciones se encuentran, se mezclan y construyen un futuro juntos, pero no unidos. Y es en este proceso de encuentro y convergencia donde Cartagena se convierte en esponja social.
Los desplazados, palabra cruel, descubren aquí mucho más que simples calles y casas; encuentran gente afable y la posibilidad de comenzar de nuevo, dejando atrás el pasado doloroso para construir un futuro lleno de esperanza. Nos convertimos en un espacio de acogida y protección, y es en esta relación de reciprocidad entre los desplazados y la comunidad local donde se forja una nueva identidad colectiva basada en la diversidad y el respeto mutuo.
Muchos se van para las orillas de la ciénaga de La Virgen (mejor nombre imposible) a pasar trabajo, a talar el mangle, sin servicios públicos, en precarias condiciones de salubridad. Esa situación hace que las finanzas publicas del Distrito nunca alcancen para satisfacer la demanda de nuevas viviendas, servicios públicos, salud, educación; jamás resolveremos este problema porque la continua permisividad de las autoridades hace que no se articulen las leyes creadas para evitar esos desmanes; ejemplo, las invasiones continuas al borde de la ciénaga y la que lleva el nombre del presidente en Mamonal.
Esta realidad es difícil de aceptar. La ciudad enfrenta muchos desafíos. La saturación de recursos mal distribuidos y la falta de oportunidades laborales dificultan la integración plena de los desplazados. Es necesario que los gobernantes y la sociedad civil redoblemos esfuerzos para garantizar una rehabilitación completa de quienes que han padecido el desplazamiento, lo cual se logra haciendo empresa, dando ocupación a la gente. El único catalizador dignificante de las personas para sentirse triunfantes en la vida es un buen trabajo, que se logra creando proyectos.
En Cartagena hay una apatía generalizada de los triunfadores en la empresa privada para manejar lo público. No hay peor enemigo de un cartagenero que un cartagenero. Si nos apoyáramos más, regionalmente nadie nos ganaría.
En resumen, somos más que una ciudad turística y pintoresca; debemos dejar los celos de nuestro progreso entre nosotros; si esto se logra, creceríamos a mejor ritmo que otras regiones de nuestro país.