El nuevo ministro de Educación anunció que todas las escuelas del país recibirán copias del primer volumen sobre las narraciones del conflicto armado y la violencia. De su lectura deduzco que, los tres actores protagonistas, Ejército, paramilitares y guerrillas tuvieron culpas más o menos parecidas mayormente contra campesinos, contra humildes moradores y otros no tan humildes. La diferencia hoy es que mucho ha cambiado en el Ejército desde aquellas décadas en que estaba lejos de ser glorioso, y no nos debe caber duda del profesionalismo con que protegen a tantos colombianos hoy sin que nosotros si quiera sepamos sus nombres ni ellos los nuestros. Los que no han cambiado son los paras y las guerrillas, que con sus múltiples metamorfosis piden pista para aterrizar en el pantanoso terreno del diálogo, al mismo tiempo que coquetean con las mieles del dinero fácil.
Las historias están siendo contadas con un final de suspenso. El lector maduro muchas veces tiene que recurrir a su imaginación o a su memoria para estimar lo que pudo haber sucedido en los momentos finales de las víctimas o de las decisiones que tomaron sus victimarios. En las mentes adolescentes no será necesario tanto cálculo: el Estado es el culpable y el Ejército es tan vergonzoso como antes. Es la consecuencia de asirse a verdades que ya fueron superadas, por eso tanta gente joven quiere reformar, otra vez, al principal protector de nuestra democracia.
La justicia debería ser el siguiente paso. Una justicia endosada, pero no reemplazada, por el perdón. La justicia intentará equilibrar el desbarajuste que tanta violencia ha creado, pero sería bueno empezar por equilibrar las historias para que ese público de colegio recuerde siempre que hubo campos de concentración reales con prisioneros de carne y hueso y que no fue el Ejército nacional quien los hizo.
Y es aquí donde deberíamos invitar a Carreño a las escuelas otra vez, aquel zar del civismo que en épocas pretéritas sirvió de referencia para la sana convivencia con sus resilientes enseñanzas. De nada servirá seguir contando las atrocidades de nuestras guerras si dichas historias no hacen eco de los hechos que ocurrieron con el debido balance, incluyendo el contexto presente de sus protagonistas, y si no preparamos a las nuevas generaciones para evitarlas. Los estudiantes deben volver al sentido común, a la conciencia de los límites y de las responsabilidades, a valorar la paciencia y la recompensa de vivir en la legalidad, y aceptar el “hoy por ti mañana por mí” sin violentarnos. Ojalá que desde los ministerios de Cultura y Educación hagan resurgir a Carreño y ese intento por civilizarnos desde las nuevas generaciones sea tan obligatorio como la lectura de estos testimonios.