Durante siglos, y por influencia del economista británico Malthus, la idea generalizada ha sido que la población mundial está destinada a crecer sin freno hasta que llegue el punto en que los recursos naturales no sean suficientes para mantener a tantísima gente como habrá en el mundo. Esta imagen apocalíptica de la humanidad pereciendo a causa de sus ardores reproductores ha tenido eco desde en ideologías políticas hasta en la literatura y el cine y aparece periódicamente en el discurso público, a pesar de que la historia ha demostrado que la capacidad de generar recursos es directamente proporcional a los conocimientos técnicos de la especie humana, que cada día que pasa más crecen los primeros a causa de la mejora de los segundos y que la creencia de que la cantidad de recursos es fija y que a más individuos menos recursos para cada uno es un error.
Lo que hasta recientes fechas no se había planteado, y que empieza a ser interesante plantear ahora, es si la profecía de Malthus no acabará demostrándose errónea solo por la victoria de la ciencia contra la necesidad, sino por la negación de la premisa básica de su razonamiento: que la población mundial ha de necesariamente crecer sin freno. Y es que asumimos como algo normal que la población aumente porque en los últimos siglos siempre ha aumentado, pero, ¿y si en los próximos decenios asistiéramos al fenómeno contrario, a un descenso de la población?
En todos los países desarrollados se puede ver lo mismo: las mujeres cada vez tienen menos hijos. La liberación de la mujer, su abandono de la condición de ser doméstico sometido a las funciones familiares y su entrada en el mercado laboral, supone cada vez más el retraso de la maternidad y un brusco descenso del número de hijos. Esta situación se produce en los países conforme se desarrollan y las mujeres alcanzan la igualdad y la plena incorporación al mercado laboral. Por ello, hoy los países ricos son los que menos hijos tienen y los pobres (generalmente más tradicionales y machistas) los que ven aumentar su población. Europa mengua. Japón se desvanece. América e incluso China comienzan a vivir también este fenómeno y solo África y partes de Asia siguen aumentando su población descontroladamente. Situación cuya reversión se producirá tan pronto como sus mujeres vayan alcanzado mayores cotas de libertad.
No se extrañen que en un siglo o dos el problema no sea la superpoblación, sino la falta de gente.