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Columna

Barbie sin tapabocas

08/04/2021 - 12:00 AM
ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZ
ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZ
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Pues sí. El otro día estaba en el gimnasio por aquello de mover un poco el esqueleto porque, con todo esto del teletrabajo, he ganado algo de peso y, alegría, alegría, sin necesidad de jugar al Baloto. Es lo que tienen las pandemias: que del computador a la televisión y de la televisión al celular, te pasas el día sentado o echado, viendo pantallas mientras tus cuerpos adiposos crecen como si fueran la deuda pública de Colombia. Un desastre. Así que me dije, toca ir al gimnasio y aparentar que me ejercito cual atleta olímpico.

Y allí fui. Todo iba bien hasta que descubrí a una señorita (lo de señorita es un decir, porque su edad, como la honestidad en los políticos, no deja de ser una suposición tan bienintencionada como probablemente errónea) que no llevaba el tapabocas puesto. Nada nuevo. Tristemente, en estos tiempos egoístas y mezquinos que vivimos, hay muchos individuos que ignoran las más básicas reglas de seguridad personal y respeto al prójimo y se dedican a ir alegremente por la vida con los morros al descubierto. Poniéndonos a todos y, en primer lugar, a ellos mismos en el peligro de contagiarnos del maldito bicho.

Pero lo de esta señorita (insisto: señorita como aproximación metodológica, que no empírica) era diferente. No prescindía de la mascarilla por comodidad al encontrarse en lo más intenso del ejercicio. Tampoco lo hacía con la excusa de beber o comer algo entre máquina y máquina. Ni siquiera se encontraba hablando con su crush (dícese del amigo por el que solo se tienen sentimientos de carácter platónico, o sea, con el que de momento no hay fornicio), o con una compañera, ja ja, amiga, aquí me ves, sin tapabocas. Nada de eso. La señorita en cuestión se hacía fotos. O, mejor dicho, se las hacían.

¿Cómo dice, caballero? Lo que oye: no llevaba tapabocas porque, despreciando la realización de cualquier tipo de actividad física (difícil hubiera sido llevarla a cabo cómodamente con los dos centímetros de espesor de maquillaje que cubrían su piel), dedicaba su tiempo en el gimnasio a que otra señorita (nuevamente: edad indeterminada, abundancia de elementos gomosos de origen artificial repartidos algo caóticamente por su anatomía) le hiciera infinitas capturas que, hemos de suponer, posteriormente serían publicadas en sus redes sociales.

En definitiva, no hizo deporte alguno, se tomó fotos como para empapelar su casa y puso al resto de la concurrencia y a sí misma en riesgo de virus al pasarse por el arco del triunfo la necesidad de cubrirse con tapabocas. Después preguntarán ustedes que cómo es que aún no nos hemos extinguido. Y, lo cierto, es que no tengo respuesta.

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