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Aranceles visibles e invisibles

En materia empresarial algunos latinos se comportan como los conductores airados en las glorietas de nuestras urbes: entran por la fuerza al flujo circular y cuando lo logran, impiden la entrada a los que están bregando por ingresar. Es el comportamiento frecuente de las multinacionales de la región que producen y comercializan acero, alimentos y materias primas importantes para el proceso productivo de la economía. Así, cuando nos venden piden baja en los aranceles; y cuando producen, los quieren altos. Como si tal decisión trascendente dependiera solamente de sus intereses o de su apropiación abusiva de rentas y nada tuviera que ver con el ingreso de la gente. Acero caro es infraestructura cara; vivienda cara; pérdida de competividad de las cadenas. Se agrava con la incapacidad histórica colombiana de explotar sus grandes yacimientos de hierro en el oriente del país, como es el caso del hierro bandeado de Taraira, en el Vaupés. Combinado con nuestro abundante carbón, tendríamos acero para dar y convidar a precios más bajos que los internacionales y mucho más bajos que los que quieren imponer nuestras escuálidas fundiciones de chatarra; y haríamos una infraestructura vial moderna que conecte esas dos Colombias. Taraira es uno de los abundantes ejemplos de riqueza potencial ahora más postergada en sus beneficios por la presión mundial monda y lironda de sacar del desarrollo nacional la tercera parte del territorio patrio. Tenemos que usar los recursos naturales sin los daños que produjeron los países hoy desarrollados y que en vez de resarcírnoslos transfiriendo algo de sus óptimos recursos a los países en desarrollo, nos prohíben explotarlos. Claro está, hasta que los necesiten para infraestructura, energía, movilidad o salud, lo que no sucederá muy tarde.

Es necesario bajar los aranceles a los bienes de capital y a las materias primas no producidas y a muchas de las que producimos, para enfrentar una doble amenaza proveniente del exterior: alta inflación en los EE. UU. y Europa derivada de los estímulos fiscales que han hecho que el dinero sea abundante como nunca antes y que terminará contagiando buena parte de la economía global. Ya en EE. UU. sobrepasó el 6% anual, dos puntos porcentuales más que la colombiana. Entonces subirán las tasas de interés y el riesgo del sector financiero. Y de otro lado están los sobrecostos para las empresas derivados de las alzas en materias primas y en logística; los primeros han alcanzado en promedio 50% durante 2021 y los costos de transporte, bodegaje y conexos un 30% en el mismo período, con disponibilidades muy bajas y tendencia ascendente. Consecuencia: los costos promedio del sector manufacturero han aumentado 45% según los últimos análisis, con la tragedia de que los compradores finales no aceptan esas correcciones y se empecinan en que no existe fuerza mayor y en mantener los precios anteriores a la crisis. La verdad es incontrastable: hay alzas externas fuera de control y encarecimiento local originado en el paro y los bloqueos, estos sin duda delitos de alto impacto; pero hay también derivadas de especulación con los insumos producidos en el país.

Hay que bajar los aranceles por un tiempo largo y hacerlo de inmediato, porque las consecuencias de demorarse serían más graves que la propia pandemia; ya están aflorando en los balances de las empresas golpeadas en el 2020, animadas por la recuperación del 2021 y perplejas por el vertical descenso en sus márgenes para 2022. La caída en la rentabilidad es mala noticia para el empleo y para el sector financiero, aliado de la baja de aranceles ahora que sus clientes empezaban a normalizar el crédito.

El gobierno está reduciendo los estímulos monetarios a las familias, el Banco de la República subiendo tasas y con ello están reduciendo la demanda agregada. Si no se actúa rápido, el crecimiento del PIB cercano al 10% este año, se esfumaría para 2022 y siguientes.

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