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Aprender de los errores

Popper sostuvo que si bien poseemos un asombroso conocimiento y comprensión de nuestro mundo, nuestra ignorancia es igualmente ilimitada y decepcionante, por eso –y en contra de la idea de que el conocimiento científico es sinónimo de ‘verdad’– afirmó que la ciencia es un conjunto de conjeturas provisionales que aceptamos hasta tanto no se demuestre su falsedad, y que el método para ello era el de la “prueba (ensayo) y el error”. La ciencia sería, en consecuencia, un cúmulo de equívocos que se esclarecen periódicamente, como sucedió, por ejemplo, con la teoría física de Aristóteles que fue desmontada por la de Newton, la cual, a su vez, fue superada por la de Einstein.

La pregunta es, ¿por qué muchos políticos, economistas o activistas intentan hacer pasar sus creencias racionales (e irracionales) sobre el orden social y cultural –que trabaja con valores que requieren un consenso intersubjetivo e interpretaciones cualitativas– como verdades irrefutables, cuando ni siquiera en el ámbito del orden natural -que trabaja con hechos objetivos y cuantificables- se admiten las certezas incuestionables?

Es esa actitud la que ha fomentado en nuestro país posiciones dogmáticas y fundamentalistas, que son incompatibles con sociedades pluralistas y diversas como las nuestra y que deben ser proscritas de nuestra comunicación cotidiana y política. En ese sentido, debe celebrarse que el presidente se aleje –eso parece– de esa equívoca idea generalizada entre sus seguidores, según la cual, su elección conllevó ‘de facto’ la aprobación de todo su ideario político y económico, actitud que de forma sutil cancela la deliberación democrática y la separación de poderes; también hay que aplaudir que comience a dialogar, consensuar y evaluar -no descalificar- las críticas a sus propuestas de reforma. Esto último es sumamente importante, porque a pesar de que infinidades de pensadores han intentado responder a la pregunta: ¿qué es una sociedad justa y bien ordenada? Hasta ahora nadie lo ha logrado.

Sumado a lo anterior, qué importante sería que el Gobierno comience a “aprender de sus errores”, olvide el activismo y atienda las advertencias que expertos y analistas hacen sobre la “paz total” y la inseguridad que se han generalizado y profundizado desde el desafortunado cese al fuego. El presidente no puede olvidarse que la democracia presupone la monopolización legítima de la violencia como garantía primaria del derecho a la vida y la integridad física.

Y no es cierto que los colombianos tengamos que elegir entre el autoritarismo de Bukele (en el que el ciudadano intercambia libertad por seguridad) y el anarquismo actual (en el que el ciudadano intercambia seguridad por paz): la democracia presupone vivir en paz, con libertad y seguridad.

*Profesor universitario.

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