Para llegar al colegio, Geraldine Paola Vergara Lara, de 16 años, debe atravesar una vía destapada de 15 kilómetros hasta el corregimiento de Punta Canoa, en la zona rural de Cartagena. Ella se aferra con fuerza a los brazos de su papá mientras él conduce la moto hasta el pueblo y de allí hasta la institución educativa.
En el trayecto, Geraldine imagina su futuro, abraza con fuerza la posibilidad de ser ‘alguien en la vida’ para ayudar no solo a su papá, sino a sus tres hermanos pequeños. Sonríe mientras visualiza cómo se vería con uniforme de enfermera y, pese a los baches que se encuentran en el camino, llega optimista para aprender de sus profesores y compañeros.
Geraldine no conoce de comodidades urbanas. Nació en San Andrés de Sotavento (Córdoba), un territorio rural con gran riqueza natural e histórica en el que pasó gran parte de su infancia. Después llegó hasta Sampués (Sucre), donde quedó al cuidado de sus abuelos paternos, ellos le brindaron lo necesario para que hoy recuerde su niñez con una sonrisa y el colegio como un lugar para construir sueños.
Llegó a Cartagena hace dos años para vivir con su papá, Eduardo Vergara, quien es jornalero, pero también su apoyo, su compañía, su mejor amigo. El mundo de Geraldine se reduce a ese terreno verde en el que trabaja y cuida su padre. Su rutina arranca a las 6 de la mañana para ayudar en las labores del hogar y alistarse junto a sus hermanos para ir al colegio o para recibir actividades y tareas por Whatsapp debido a las restricciones impuestas por la pandemia de la COVID-19.
Geraldine ha logrado sortear estas dificultades. Sabe que muchas jóvenes de su edad están alejadas de los estudios o siendo madres. Ella quiere ser enfermera. Es su sueño, su meta a corto plazo.
Sus materias favoritas son biología y matemáticas. Se concentra por estos días en estudiar para las pruebas Saber Pro. “Es muy difícil no contar con los recursos económicos a la mano, pero hay que luchar para perseguir sus sueños. Le pido a Dios sacar un buen puntaje para poder acceder a una beca y estudiar enfermería en alguna universidad”, sostiene la joven.
Tiene 14 compañeros de curso y agradece la disposición que le ofrecen para que ella pueda cumplir con sus responsabilidades académicas. “Mis compañeros siempre me ayudan, los docentes me han tratado muy bien. Sé que puedo contar con ellos y eso es importante”, continúa.
Geraldine sabe de sacrificios, de constancia, de barreras, pero gracias a su papá es consciente de que puede aspirar a una mejor calidad de vida. Hay días más difíciles que otros, a veces no hay para el paquete de datos o toca esperar a que cese la lluvia para visualizar nuevamente el camino de ida al colegio.
“Mi papá me apoya mucho. Trabaja duro para ayudarme”, agrega.
Hoy, convertida en una hermosa joven, Geraldine alterna sus actividades escolares con las labores de la finca en la que trabaja su papá. Repite que quiere ayudar a sus hermanos para que cumplan también sus sueños. Ellos desde una esquina la observan con ternura, admiran sus gestos y palabras como conscientes de que ella, la hermana mayor, su heroína, les está marcando el camino.
El papá de Geraldine, Eduardo Vergara Arrieta, llegó hace siete años al corregimiento de Punta Canoa a buscar oportunidades. Vino solo, cargado de compromisos, pero con la certeza de que tenía que trabajar para traer también a sus cuatro hijos.
Confía en su hija, la apoya y ve en ella la prolongación de sus sueños. “Desde muy niña le hago saber que tiene que estudiar y que yo trataré de hacer lo posible para ayudarle a tener un mejor futuro, a que no viva lo que su mamá o yo hemos vivido”, dice.
El hombre la observa orgulloso y espera que Dios le abra caminos de éxito. “A veces no tengo los recursos enseguida, pero sabe que mientras trabaje la voy a ayudar para que salga adelante”.
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