Cartagena: la ciudad del manglar

Cartagena, el destino turístico más importante de Colombia, es una de las ciudades más pobres del país.

48%

de la población se encuentra
en pobreza monetaria.

20,6%

no tiene cubiertas sus necesidades básicas.

129.000 personas, del millón que hay en la ciudad, se encuentran en la miseria según Cartagena Cómo Vamos, lo que quiere decir que no obtienen al menos $147.600 al mes para cubrir su alimentación. Dicho grupo llenaría 802 buses T101 de Transcaribe.

Un estudio de la Universidad Tecnológica de Bolívar confirma que en Cartagena la pobreza extrema, en lo corrido del 2021, tuvo el mayor aumento frente a los años anteriores, superando a las demás capitales de la Costa Caribe y a otras áreas urbanas colombianas. Este es un grupo poblacional al que se le dificulta acceder a la vivienda digna, llenar sus barrigas y lograr sus proyectos de vida ante el desempleo y la falta de oportunidades. 

En la ciudad donde las camisetas que regalan o las paredes que pintan en campaña política son más duraderas que las promesas de cambio, otra Cartagena crece a sus espaldas, en medio de la vegetación frondosa y con el agua a los tobillos. 

Hábitat y escape a la pobreza

Uno de los ecosistemas naturales más representativos es el manglar, un tipo de vegetación costera, típica de las zonas tropicales y subtropicales, que presenta una gran riqueza de biodiversidad. “Nacen del contacto entre dos ambientes muy distintos, el terrestre y el marino, constituyendo así uno de los hábitat más valiosos del planeta”, explicó Aquae Fundación. 

En Cartagena, hay personas que construyen su hogar en las cerca de 990 hectáreas de manglares, según Rafael Vergara, activista ambiental y director del Ecobloque, una unidad élite de la Alcaldía de Cartagena que controla atropellos contra la naturaleza. La situación se traduce en contaminación ambiental y cambuches rodeados de basura.  

El problema requiere un esfuerzo mancomunado de las instituciones públicas con fundaciones y el sector privado, que genere una responsabilidad social que brinde alternativas y logre soluciones integrales, como expuso, en sus términos, Alfredo Mouthon, director del Establecimiento Público Ambiental (EPA). 


“No hay lugar a donde llevar a los desalojados y por ello se presenta esta gran problemática de invasiones en los mangles”, precisó Vergara.

La búsqueda de hogar se concentra en los manglares de la avenida del Lago de Cartagena. Vía que bordea la ciénaga de Las Quintas, uno de los cuerpos de agua más importantes de la ciudad, pero también uno de los más contaminados. En el lugar se encuentran muchas historias de gente que le hacen el quite a la pobreza, comen y duermen en el mangle, con el riesgo del dengue y la cruda intemperie.

Pero esta supervivencia tiene sus detractores. “Las invasiones aumentan la contaminación a los mangles, además impactan negativamente en la seguridad de los sectores aledaños”, señaló Luis Antonio González, líder vecinal y edil de la Localidad 1 Histórica y del Caribe Norte.

Hay comerciantes que usan el lugar para botar residuos y escombros, pescadores que depredan el mangle para construir playetas y muelles, niños chapoteando en aguas sucias, vagabundos en sus monoplanetas y cambuches que comparten familias enteras con gatos y perros hambrientos. Toda una ciudad aparte que guarece con el agua en los tobillos.

El hombre araña del manglar

La avenida del Lago recorre cuatro barrios. El primero es el Pie del Cerro, un sector comercial y turístico donde está el Castillo San Felipe, reconocida fortificación de la época colonial. Luego viene el Pie de La Popa, un vecindario residencial de estrato alto con edificios elegantes y carros lujosos yendo y viniendo. Sin embargo, en su porción de mangle, hay un insurrecto que desafía el control policial y las miradas inspectoras de los vecinos que trotan. Él se llama Leider “Way” Ortíz, el hombre araña del manglar. 


En la zona, el manglar está muy bien protegido por un vallado alto para impedir los ingresos o su depredación. Hay un peatonal arborizado, una zona de ejercicios, un parque infantil y una estación de policía. Opulencia bien urbanizada. 

El hombre araña cuenta con la pericia para escalar las columnas de acero que controlan el ingreso al mangle, lo que le ha valido el sobrenombre arácnido. “Aquí monté mi hogar, aburrido de dormir donde me coja la noche, la primera vez entré a ensuciar y me relajé tanto que aquí me quedé”, explicó. 

Leider viene de San Onofre, Sucre, escapando de la falta de oportunidades en su tierra, y llegó a Cartagena a trabajar como jardinero y tener una mejor vida. Sueño aplazado y apaciguado en lo frondoso y silencioso del mangle.  

No es el único que ingresa al mangle, pero el único que “entra a buscar relajación sin botar basuras”, ya que aduce que hay decenas de personas que entran para consumir drogas, mantener actos sexuales y hasta hay “uno que otro que viene a hacer sus locuras, como uno que es feliz quemando manglar”, reveló.

La situación preocupa a los vecinos del barrio Pie de La Popa. “Hay invasores que han sido retirados por las autoridades, pero regresan. Hace falta mayor autoridad y hacerles seguimiento a esos cambuches. Hemos solicitado un CAI Ambiental en el sector para proteger la zona, ya que hay mucho arrojo de escombros y basuras. Todos los animalitos que están ahí sufren", develó Luis Antonio González. 

El perro “Rescate” y su cofradía subterránea

Al terminar la versión del manglar en el Pie de La Popa, un avejentado puente amarillo hace de frontera con una tierra de nadie sin vallado. El cúmulo de basuras y escombros afean la zona verde. Es una de las partes más contaminadas y con problemas de invasiones ilegales, según David Múnera Cavadía, secretario del Interior de Cartagena. Situación que miran de reojo los grandes edificios del barrio Manga.

“He pasado cinco mil veces por aquí, a pie o conduciendo, y nunca había visto esos cambuches. Papi, es terrible”, expresó Luis Cortés, conductor privado. Su reacción es un sumario de la relación entre la situación social de la Ciudad del Manglar frente a Cartagena.

Un terreno enmontado sirve de telón o de alfombra que oculta a una hilera de cambuches que comparten varias familias con nueve gatos y un perro que se llama “Rescate”, que según sus dueños es el mayordomo del tugurio. Pero en ese arrabal rudimentario no necesitan de servidumbre galante, ya que cada uno se rebusca para “darle contentillo al estómago y al alma”, expuso Ramón, oriundo de Turbo, Antioquia, y miembro de la cofradía.

A primera vista, en medio de la basura y el desorden, es fácil caer en la falacia de que se está ante un grupo de parias o de riesgos sociales. Sin embargo, ellos, en sus términos, aducen que son el único campamento de los manglares que intenta dar su granito de arena limpiando la zona, sacando escombros del agua y prohibiendo que su micromundo sea refugio de atracadores o consumidores de alucinógenos. 

“Nunca hemos pedido comida. Lo que queremos es un contenedor de basura, unas escobas, un par de palas, guantes y una carretilla. Vienen aquí a sacarnos a la brava y nunca escuchan nuestra petición: que nos dejen tranquilos aquí y nosotros limpiamos la contaminación”, expresó Coraima, una venezolana que habla en un tono más alto que sus compañeros de cofradía.

Sin mostrar credencial, parece ser ella la que lidera en esta república independiente de chocoanos, montemarianos y venezolanos. Cero cartageneros. “Si nos dejaran meterle la ficha a esto lo tendríamos limpio y en condiciones, incluso controlamos la seguridad y sacamos a los rateros que vienen a esconderse a los manglares donde la Policía no entra”, narró Ramón.

Todos en coro clamaron alternativas sociales y oportunidades laborales. “Hay peluqueros, electricistas, recicladores, carpinteros… hay de todo aquí. Cuidamos a los animales y somos el único cambuche que saca basura del agua en vez de sumergirla como en los otros donde no les importa nada más que meter vicio”, explicó.

El futuro es incierto

Muchas voces en la ciudad consideran que el control del problema social y medioambiental tiene que ser compartido entre instituciones, sector privado, académicos y entes no gubernamentales. La represión debe ser transformada en alternativas. Desalojos acompañados de campañas de salud, oferta de techo y comida, y un menú de nuevos caminos laborales, educativos y de rehabilitación.

"El resultado que se busca con las intervenciones distritales, nunca es lo que esperamos. Las circunstancias se tornan muy difíciles porque algunas son invasiones de carácter popular, donde sacar a la gente implica reubicarla y no hay dónde ponerla. No hay los recursos para hacer eso", reveló Rafael Vergara.

Para Javier Mouthon, en sus términos, este no es un problema que se puede tratar de forma inmediata ni mostrar resultados cruciales, ya que por ser un social y medioambiental, requiere una solución integral, involucrando a todos los actores para restaurar el ecosistema, empoderando a estas personas que viven en la zona como mano de obra vigía del cuidado medioambiental y agentes de desarrollo social, una política que debe instaurarse en el próximo Plan de Ordenamiento Territorial, actualmente en fase de diseño y discusión. El Distrito estudia alternativas para los ciudadanos del manglar como: oportunidades de negocios verdes, ecoturismo, viveros, granjas autosostenibles para su alimentación y unidades de reciclaje y limpieza ambiental.

Mientras los actores institucionales involucrados planifican y se ponen de acuerdo, el mangle está siendo depredado y contaminado a diario. En medio del problema, como víctimas y victimarios, configurados por una ciudad con castas tan pronunciadas, están los habitantes de la ciudad del manglar, sobreviviendo y resistiendo, con hormigas recorriendo sus cambuches y zancudos picando los lomos de sus gatos. Sueñan, con el agua en los tobillos, con una mejor vida.

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Créditos

Periodistas
Gabriel García / Julie González / Omar Carrasquilla / Lía Miranda
Néstor Castellar / Yésica Rivera / Wilson Morales

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